A las doce en punto de la noche me digo la primera mentira: «Voy echando a las y media, que el transporte no perdona». Mi plan es grabar un vídeo para aquellos que no están hoy. Mi plan es hacer cien fotos y con la misma, largarme. Mi plan lucía perfecto y terminó siendo un fiasco. En el cálculo, un error; en el stage, una banda.
¿Cómo me digo a mí mismo «una más y ya»? Me miento una y otra vez que este el último tema, que después de este me voy. Pero los Switch son casi implacables y no dan chance a escaparse. Tocan uno de Five Finger, cantan «Roots», de Sepultura. Algo en mí grita: «¡Ya basta!» y obedezco a los instintos: lente en mochila, gorra quitada, rizos al aire.
Ser periodista es difícil cuando el ocio y la «pincha» coinciden, cuando el friki se impone al cronista. Mis tres minutos de gloria se disuelven casi a la una: «Da la vuelta, mi hermanito, pa’ que nos hagas la foto». Saco la cámara, subo la escalera y me empino a captar el momento. Al día siguiente, mi cuello se arrepentirá del despelote. Yo no.