Frank Batista tenía 16 años y el corazón en la boca, la noche en que cantó por primera vez frente a cientos de personas. Corría el año 2000 en la ciudad de Matanzas, y unos inexpertos Rice and Beans, con un demo aún caliente, recibieron la llamada telefónica que les iba a cambiar la vida.
¿Se atreven a estar en un festival?, les preguntaron desde el otro lado; y aquel piquete de chiquillos (con miedo, pero con ganas) dijo que sí, y empezó a hacer historia. Rice and Beans se presentó en el primer Atenas Rock hace ya 22 años, y desde entonces, no se pierde una edición.
El evento nacido en el extinto Ateneo Deportivo, se convirtió en plaza fija para el grupo, y el vocalista recuerda aún los mejores tiempos en el campismo Canímar Arriba, donde la actitud era más libre y los frikis andaban como en Woodstock: «sin camisa y disfrutando de una pasión colectiva».
Sobre la escena matancera, Frank cree que siempre se puede hacer más, aunque confiesa sentir orgullo cuando bandas jóvenes, como Fingerprint, le inyectan sangre nueva a la movida. Su aspiración, o una de ellas, es poder estar un fest donde se vuelva a imponer el talento local.
Mientras tanto, los autores de «Kuva» y «Arsenic Compound» no se detienen. En 2020 estrenaron el álbum de larga duración Weaponized Dogma, y ya están de vuelta en estudio grabando nuevas canciones.
Hace casi un año, cuando entrevisté a Frank Batista, le pregunté qué importancia tenía para ellos ser la banda que son y haber estado en cada edición del Atenas Rock. «No es tanto una importancia», me contestó, «sino un sentimiento de orgullo, de pertenencia y de alegría. Mientras nos queden fuerzas, ahí estaremos».