La publicación de un fragmento de video donde un presentador de la televisión cubana refiere la censura contra el rock en Cuba y menciona episodios similares ocurridos en América Latina, ha revivido el siempre polémico debate sobre el lado oscuro de nuestra historia cultural, y ha generado una ola de comentarios que critican al material y su protagonista por «descontextualizar» y «justificar lo sucedido».
Desde la posición de quien no vivió esos años, pero ha leído un poco y ha entrevistado a quienes sí, considera que la censura contra el rock es un tema que requiere de preparación, objetividad y sensibilidad para su análisis, que muchas veces trasciende la experiencia. personal, y que para nada debe ser tomado a la ligera o simplificada, especialmente en espacios públicos.
En lo personal, no creo que deba verse esa parte de la historia con un «si pasó en Cuba fue culpa del sistema», ni tampoco con un «pasó en Cuba, pero también en otros lugares». En el primer caso, ignoraríamos la verdad de que en países con sistemas diferentes también existieron episodios de silenciamiento sobre el rock y otras músicas por múltiples razones: políticas, culturales, religiosas… A su vez, restaríamos peso a las acciones de quienes acapararon poder en Cuba y reprimieron por desconocimiento, homofobia, anglofobia, machismo u oportunismo; y de quienes tuvieron el valor y las luces para hacer lo contrario.
En cuanto al segundo punto, el hecho de que la incomprensión y represión contra esta música en otros lugares haya sido real, y de que Cuba viviera en un estado de plaza sitiada, no exime que la cruzada contra el rock haya sido un terrible y triste error (más bien horror) de la política cultural que quebró familias y amistades, echó por la borda años de estudio y trabajo, y generó heridas profundas que, décadas después, no se han curado del todo para algunos.
Entender que la historia tiene más matices que el blanco y el negro es fundamental para construir una visión crítica y lo más objetiva posible de acontecimientos que tienen relación directa con fenómenos actuales. Ni podemos olvidarnos del pasado, porque es parte de lo que somos; ni debemos vivir en él para siempre, porque no evolucionamos. Nos queda luchar, en todo caso, por la preservación —sin dogmas ni fanatismos— de nuestra memoria y para evitar que eventos de este índole no tengan cabida en el presente. «Quien no conoce su historia, está condenado a repetirla».