Antes de que el concierto comience en la Nave 4 de Fábrica de Arte y la gente pida a gritos «Habana Abierta», «Esos Cuennos» y «Séptimo Cielo» —mucho antes del killing cover a Rage Against The Machine , el apagón intempestivo y el «Rockasón» a guitarra limpia—; un Athanai sin trenzas se dirigirá al que aún no es —pero pronto será— su público y pedirá al aire un deseo.
«Los años noventa fueron una época hermosa para el rock and roll en Cuba», proclama nostálgico, y quizás recuerdes en ese instante su debut del ’97 en el Teatro Nacional. «Veo mucha gente joven —prosigue antes de arrancar con su icónica ‘Habanero’—, así que vamos a imaginarnos que esta noche, es una noche de los noventa…»
Y vaya que parece serlo cuando suena «Muros de Mar» —el tema que abrió su álbum debut—, el coro frenético de «Fuck you, I don’t do what you tell me«, la falla eléctrica que detendrá el show por unos minutos, la gente disfrutando aquella mezcla de rock, rap y trova; y, sobre todo, ese magnetismo de Athanai para absorber a cuanta audiencia tenga enfrente.
No importa, en ese momento, si la muchacha de vestido floreado y pelo rizo no sabía quién rayos era Athanai antes de esa noche, que la parejita de frikis que canta «No lo haré» no sobrepase los 20 años, o que esas dos muchachas bailando sin pena alguna al final no sean especialmente rockeras. Athanai en vivo es un vendaval, un imán, un tipo en efecto envolvente.
A decir verdad, lo extrañaba. Él también.