El show de Crampus sabe a revancha, a desquite, a ajuste de cuentas. Después de entrar al estudio, grabar un disco, esperar dos años… vuelven al Maxim Rock, pero llueve. Londres se moja de lluvia en un tercio de los días del año, y aún así, los ingleses no dejan de salir en las noches. La Habana no es Londres. Yo falto. Crampus toca y me arrepiento. «Esa vez no», me digo: «pero ahora sí».
Las luces se encienden; la lente, preparada. Yoan García sabe que ahora es el momento y pide a la audiencia que haga la formación. Los frikis se repliegan a ambos lados de la sala y dejan en medio un espacio: es la pared de la muerte, el clash of titans, el campo de «la jaiko», que es como le dicen al pogo en Cuba. Mick y Jorge disparan los riffs de «Notorio» y hasta Pakitín (Steel Brain) se une a la fiesta. Prana retumba en los screams de su cantante, y la gente enloquece cuando pone un pie en la valla.
Yoan se lanza hacia el público y termina el show en el suelo. Más de un rocker choca su puño, lo abraza o le extiende la mano, y solo entonces uno se da cuenta del concierto que acaba de vivir. No habrá en lo adelante lluvia que valga, si esa noche Crampus toca. Creo que por su culpa, me estoy volviendo medio inglés.