Las dos parejitas que tengo enfrente no se mueven de su zona en el interludio que sigue a Fallen. Aferrados a la barra que los separa del stage, preservan con saña y obstine su bien más preciado ahora mismo, ese que en unos minutos parecerá valer oro y que muchos, como este cronista, envidiarán: un puesto en primera fila (en mi caso, para hacer fotos).
Dicen que Breaking Hindrance debuta hoy en el Maxim Rock. Y digo «dicen», porque lo pongo en duda. Porque no me explico qué brujería es esa que convierte a un lugar donde muchas veces uno se pasea como si nada, en otro sitio donde si te descuidas, tienes a dos o tres frikis nuevos al lado, cabeceando, saltando, gritando improperios («¡Préñame! ¡Hazme un hijo!») o, simplemente, invadiendo esos 20 o 30 centímetros mal llamados espacio personal.
El lenguaje del deathcore a mí no me dice mucho. Por eso no cabeceo, ni salto, ni grito improperios, ni me tiro delante de la gente a invadir sus 20 o 30 centímetros. El lenguaje del deathcore a mí no me dice nada, pero ese otro que se siente allá, donde la gente vive y respira Breaking Hindrance, ese, sí lo conozco. Se llama complicidad.