En la primera fila de un concierto, donde el grupito de gente se amontona para disfrutar mejor de la banda, no se vive igual que atrás. Allí, amén de los desinteresados, curiosos y bebedores, abuda otra especie de friki, cuya postura estratégica indica que va a observar.
Muchas veces, ese friki del fondo es o fue músico, cabría en lo que unos llaman dinosaurio, o simplemente está de curioso, más por saber que por rockear.
—¿Qué tu crees de esta gente? —me pregunta uno con melena hasta la espalda, señalando a Orphan Autopsy, el piquete que toca.
—Primera vez que los veo en vivo —respondo—. Pero parece que están funcionando.
El friki asiente y mira hacia la baranda, donde las manos de una chica convulsionan con los blast beats, unos cuantos se empujan y se enredan en el pogo, y otros, que no son pocos, cabecean como si sus cuellos jamás fueran a doler.
—Yo he estado en los otros conciertos —continúa el dinosaurio—. Y te puedo decir, que en los primeros todavía les faltaba… Pero ahora… —se sonríe—. ¡Ahora sí la están echando como es!