De todas las cosas de la vida, hay algo que Anna Acosta tiene claro hasta la médula. «A mí siempre me gustó el body art», asegura: «Piercings, modificaciones, body painting… ¡los colores…!» «Como los de su piel», digo para mis adentros, e intento enfocar la atención en la figura con la piel llena de adornos.
Anna Acosta tiene 27 años y mide 1.47 m, pero en ella hay tanto que ver, entre tatuajes y piercings, que sería imposible, o al menos, bastante difícil, hacerse un retrato de ella si no la has visto durante un buen rato o eres particularmente observador…. Aunque… creo que es imposible no distinguirla, con sus dibujos corporales y su estética alocada, entre todo el tropicalismo callejero que rodea a su estudio en Centro Habana. Anna Acosta es tatuadora, y si alguien de esa zona te puede hablar de agujas, esa de seguro es ella.
«Igolka significa aguja en ruso», dice sobre el vocablo que da nombre a su estudio de San José #251 entre Águila y Galiano. «Soy mitad cubana, mitad bielorrusa», confiesa, «y siempre me ha gustado marcar esa diferencia».
Si le preguntas por los inicios, habría que hurgar un poco en su pasado, en el momento en que comenzó a juntarse con gente aficionada al tatuaje y se introdujo en ese mundo. Empezó dibujando cejas y delineando ojos, hasta que un día, hace cinco años, se dijo a sí misma «¿por qué no»?, y se compró un pequeño kit cuya primera base material de estudio fue la piel de su hermanastro. «Un caos», sonríe al recordar aquello, «pero dentro del caos aprendí y me divertí».
A la Anna que siguió tatuando le encanta ver caras conocidas: esas que un día se acostaron en la camilla y se grabaron algo en la piel, y luego regresaron, o le escribieron, o se la encontraron un día por la calle, y le señalaron con el dedo un tattoo curado. «Ese es el mejor momento», dice; y le creo. Del público de Igolka, su sueño hecho miniatura, asegura que es variado, pero que llegan bastantes frikis, casi siempre identificados con la estética del equipo de trabajo. «Nos piden muchos tatuajes relacionados con cosas de las que son fans: series, películas, videojuegos». ¿Lo que hace diferente a Igolka? «La gente», responde Anna. «Quienes trabajamos aquí tenemos muchas cosas en común y lo reflejamos en los resultados, la estética y la forma de proyectarnos en las redes sociales».
En un interludio, sale el tema de la música y la frikandá. Anna Acosta se proyecta como seguidora del metal en general, aunque de ese universo sonoro se queda con el death y el death metal técnico, el black, el ambient black y el DSBM. Si le preguntas por la banda cubana que la haga sentirse a full, sonreirá un poco antes de confesar: «Combat Noise».
Con los prejuicios sobre la estética, no coge demasiada lucha, como decimos los cubanos. «Siempre habrá gente mirándote mal, juzgando, comparando con tatuajes de preso…», pero no le importa. Y ser mujer, ante todo, lo ve como una ventaja en el mundo del arte corporal. «Quizás viene por la idea de que podemos ser más delicadas o detallistas, y de que muchas mujeres preferimos tatuarnos con alguien de nuestro sexo, sobre todo en zonas íntimas».
De sus sueños, siempre destaca el de poder ampliar su estudio e incluso tener sucursales, organizar eventos con tatuadores de otros países y colaborar con ellos. De sus tareas pendientes, confiesa que le gustaría dibujar más. «Quisiera, pero tiene que ver también con la etapa en qué esté y lo que sienta en ese momento. En los trabajos, casi siempre voy más por la variante de usar líneas, puntos negros, planos negros y grandes. Quisiera experimentar otros tipos de estilos, ya más coloridos… Hay tantas cosas que quisiera hacer, pero todo depende de la etapa».
¿Y los tatuajes de Anna? ¡Pues son muchos! Le pregunto cuántos tiene y responde con un «Ay, no sé. No los cuento. Entre ellos se ligan y ya no sabes dónde terminan unos o empiezan otros». ¿Significados? De alguna forma lo tendrán, porque «aunque hagas algo random, siempre lo vas a escoger. Te gustó ese diseño y no otro; entonces, hay un vínculo entre la imagen y lo que tienes dentro. Yo siempre lo pienso antes de hacerme algo, a veces días, incluso, años».
¿Te arrepientes de alguno?, pregunto y su cara muestra un «¡Qué va!» en mayúsculas. «¿Cómo me voy a arrepentir?», riposta. «Quizás el trabajo no quede como tú lo esperas totalmente y quieres perfeccionarlo, arreglarlo… Pero no, no me arrepiento…», y muestra sus dientes blancos. «Todo lo contrario: ¡quiero tener más!».
(Esta entrevista fue publicada originalmente en Opía Magazine, y rescatada luego del reinicio de esa web)