Lo primero que sentí fue picazón —debajo del chaleco—, como a la media hora. Le dije al Colo[1]: «Asere, mira a ver qué tengo», y me quité el pulóver. «¡Coñó…! Juanca, bróder… ¡hay que ir corriendo pal hospital!». «¿Cómo que pal hospital…?». Cuando salí del Calixto García, tenía treinta y seis puntos en la espalda. Tres machetazos a lo largo: ¡racata, racata, racata! Yo ni me los sentí, porque en el calor de la bronca tú no te enteras de nada. En lo único que piensas es en mandar bien lejos a todos los guapos esos y que dejen de joder a los frikis.
Antes, en los setenta y los ochenta, la gente de la salsa y la rumba, los guaposos, te veían con el pelo largo y gritaban «¡Miraaaaaa!», y empezaban a tirar piedras y a caerte atrás… Tú te mandabas a correr y hasta te reías… Pero cuando llegó el thrash metal todo eso cambió, porque ya no éramos hippies, ni rockeros: éramos metaleros. Y un metalero siempre da la cara.
La noche de la bronca fue en el año ’88. El 17 de diciembre, con San Lázaro ahí… Tú sabes… Estábamos en la inauguración del Patio de María, una casa de cultura en La Timba donde iban a tocar rock. ¿Y qué pasó? Que cuando aquello había dos bandos: estaban los thrashers (la gente dek metal) y los rockeros… y no nos llevábamos bien. Empezó una pelea de repente: ¡bimbá! Y se hizo tan grande que todos los frikis salieron a fajarse para la calle. Como ese era un barrio conflictivo y de salseros, al momento aparecieron los negrones con machete. Eran como ocho. Yo vi a mi socio Aroca fajado con uno, y cuando intentaba separarlos, nos caímos el tipo y yo; y desde el piso trataba de machetearme. ¡Racata, racata, racata! Pero había más frikis que guapos, y les caímos a patadas y piñazos hasta que alguien gritó: «¡La policía!» Y ¡fuuuu! Nos mandamos a correr…
Después de esa noche, yo pensé que el Patio de María se iba a acabar, pero no… Por suerte, siguió con los conciertos cuando pusieron policías a vigilar; y ahí crecieron… yo no te sé decir cuántas bandas. Cuando el Colo y yo fundamos Combat Noise, en 1994, ese lugar era La Meca del metal en Cuba, bróder. Y se inauguró así, con sangre, como si los dioses del metal la estuvieran pidiendo, jaja. Los ochenta y los noventa tienen una historia del carajo… Ya yo tengo cincuenta años, pero nunca me voy a olvidar de aquel día, porque es un orgullo para mí haber sangrado por el metal cubano. Esas cicatrices son como heridas de combate, y siempre que se habla de ese día la gente cuenta lo de la espalda de Juan Carlos… ¿Mis apellidos? Torrente… Rodríguez… Juan Carlos Torrente Rodríguez…
¿Quieres darte un traguito?
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Yo defiendo el camino de los metaleros. Del metal extremo. Por eso canto en Combat Noise y tengo mi proyecto paralelo, From the Graves. A mí nadie me puede venir hacer un cuento de Síntesis, de Gens, de Los Takson, porque tocan rock. Nada de eso. Los frikis de hoy son los metaleros. Los rockeros lo fueron en su época, cuando eran lo más contestatario que existía y el rock estaba prohibido. Pero a finales de los ochenta, y sobre todo los noventa, fuimos los thrashers quienes nos empezamos a llamar metaleros y rescatamos ese espíritu del rock de antes, de la contracultura… Los rockeros de hoy son tipos normales, asere… son trovadores, se visten como cualquier otra persona. La música que hacen es asequible al gusto de la mayoría. Son… fáciles de aceptar por la sociedad. Los metaleros no. En los setenta y ochenta, Foreigner, KISS, Led Zeppelin, tocaban tan fuerte que la gente los llamaba escandalosos… y hoy son baladas al lado del metal extremo.
Cuando yo era niño, la música no me entraba por ningún lado. Nada de nada. En Regla, donde nací, lo que se escuchaba era rumba, guaracha…, cero rock and roll. Pero cuando entré a la Lenin, que en aquel momento era secundaria y pre… ¡Muchaaaacho…! Allá había un bulto de rockeros y se pinchaba música rock en la recreación. Una noche pusieron «Tom Sawyer», de Rush, y cuando la escuché me dije: «Esto es lo mío». Pero nada más estuve un año, porque nunca me quería pelar y cogía los pantalones con una aguja, tututututu, y me los hacía tubito. Me dijeron que tenía diversionismo ideológico, que aquello no era para mí y me mandaron para una secundaria de la calle.
Estando ahí, a principios de los ochenta, conocí a los dos o tres frikis de la escuela, después a los de toda Regla, Guanabacoa, Lawton, la Víbora…, y nos uníamos para intercambiar casetes, descargar en un parque, meternos en las fiestas… En el año 86 yo me escapaba del pre en el campo para ir a los conciertos de Gens, Los Takson, Géiser, FM, pero la banda más dura de La Habana se llamaba Venus, y la íbamos a ver al anfiteatro de la Habana Vieja.
Mira, asere, a mí no se me olvida el anfiteatro de la Avenida del Puerto los últimos viernes del mes: rompía con el cañonazo… ¡bammmm!, y sentías una gritería: ¡Ehhhhhhhh! Era espectacular. Antes de la época de Venus, las bandas casi siempre hacían covers, y ellos rompieron con todo lo que había. Visualmente lucían heavymetaleros, para colmo hacían letras en español —que en aquel momento fue súper importante, porque entendíamos lo que cantaban— y tenían una presencia en el escenario… Estaba Skippy, que se enteipaba los brazos para parecerse a los grupos de glam: Mötley Crue, Twisted Sister; y Diony, que lo mismo te gritaba cosas con una guadaña en la mano, que se bajaba los pantalones. Ya te digo, Venus fue la primera gran banda de La Habana, hasta que la policía los mandó a parar.
Las broncas con la policía, pa qué contarte… Cuando aquello la gente no bailaba hardcore (pogo), ni nada parecido a una fajasón, que es como luce el hardcore para quienes no saben. Tú brincabas y movías la cabeza, y hacías como si tocabas guitarra, pero ellos no entendían eso. Si tenías el pelo largo y te ponías aretes y pantalones apretados eras lo peor, un desviado, un enemigo de la sociedad; y siempre andaban pidiéndote el carnet de identidad y botándote de los lugares. Nos sacaban de los parques, del malecón, del portal del cine Yara… no nos dejaban reunirnos en público.
Después de la separación de Venus, empezaron a crearse más grupos de metal en Cuba, y la cosa se fue diferenciando poco a poco. A los más jóvenes, el thrash metal nos volvió locos: Metallica, Slayer, Testament, Overkill, Exodus… En las fiestas poníamos un disco y empezábamos a thrashear, y se te podía partir el cuello, que tú no parabas hasta el final. Y si lo hacías, eras un frikipalo, jaja… La estética también cambió: seguimos con los pantalones tubito y manillas con pinchos, pero le agregamos las chaquetas de mezclilla y un pulóver con el logo de tu banda preferida. Por supuesto, todo eso era inventado: tú cogías un pulóver y lo pintabas con óleo como pudieras, porque era muy difícil tener uno original.
Los thrashers empezamos a crecer en número poco a poco, y un día nos enteramos de que en la casa de cultura de La Timba, donde ya se habían hecho unas presentaciones de rock sinfónico, iban a tocar varias bandas. Fuimos pa’ allá y se formó la bronca y la carga al machete…
Del Patio de María la gente guarda muchos buenos recuerdos, pero no te vayas a pensar que había conciertos siempre ni que se reventaba todos los fines de semana. Hubo conciertos con veinte personas, otros con cientos. No sabría decirte por qué, pero María Gattorno de repente comenzó sentir afinidad por los frikis y creó una peña que se convirtió en la plaza del metal en la ciudad y después, de toda Cuba. También pasó que las bandas de rock comenzaron a mermar porque había más frikis del metal. Grupos como Viento Solar o los mismos Gens no tocaron tanto, porque los metaleros no les hacían caso, hasta los rechazaban. Ahí estaba el canal fracturándose: seguíamos diciendo que éramos rockeros —aún muchos lo dicen—, pero nos gustaba más el metal.
En ese período, la policía arreció y yo pasé por todas las estaciones de policía de La Habana. Llegaban a la esquina de 23 y L, donde nos reuníamos, y pedían carnet de identidad. Nos llevaban para Zapata y C, y ahí ya conocíamos el procedimiento… Ni protestes. Quítate los cordones, el cinto, las manillas y baja para la celda por tres días junto con el elemento que había de turno en los calabozos. Solo por ser friki…
Para mí el rock y el metal son dos cosas diferentes. Yo he viajado varias veces al extranjero —porque también canté en diversos coros cubanos y hoy lo hago en uno profesional—, y los frikis de allá siempre me decían: «Pero ustedes no son rockeros, son metaleros». Y yo no entendía la diferencia… Tú ves que Ozzy Osbourne dice en un documental: «Yo no entiendo eso de los metaleros, aquí todos somos rockeros», pero él vivió el tránsito del hard rock al heavy.
Ahora compara a Cannibal Corpse con Led Zeppelin, y te darás cuenta de que son cosas diferentes. Los solos de Led Zeppelin son largos y exquisitos, los de Napalm Death son una cosa de tiririririri, ya… ¿Y tú crees que es porque no saben? Es porque en el concepto del metal extremo, el riff tiene más importancia. Incluso las letras, la actitud, la filosofía… es diferente, bróder.
Pero si yo salgo en la televisión diciendo «(…) porque los metaleros cubanos…». «¿Metaleros? ¿Y eso qué cosa es?». Todo el mundo se queda botado. Por eso es que decimos rockeros y ya, pero no es lo mismo… ¿Y de qué estaba hablando yo?
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¡Los noventa! ¡Verdad! Mi primera banda la fundé en ese mismo año. Se llamó Krudenta, así con k. Yo fui quien le inventó el nombre… quería que sonara a crudo, ¿no? Porque era un death/thrash, como Sepultura en el disco Beneath the Remains. A partir de esa influencia, y gracias a los conciertos de metal que había por toda La Habana, me interesé en el canto gutural… Yo todavía no sé explicarle a la gente cómo se hace, pero ya con 17 o 18 años andaba en la casa haciendo «¡Arghhhhh!», rugiendo frente a un espejo hasta que me quedaba ronco. La voz fue encontrando el caminito sola y cuando fundé Krudenta ya dominaba bastante la técnica.
Con ese grupo nos presentamos junto a Sacramento, Metal Oscuro y Viento Solar en 1990, pero después de seis meses terminamos, porque éramos duros de carácter y cada cual buscaba su sonido. Yo tenía 20 años y estaban conmigo Lázaro, el guitarrista que después hizo Agonizer; Mena, futuro bajista de Cosa Nostra; Marín, que integraría más tarde en Combat Noise; y Longa, hoy baterista de Zeus. Había demasiadas cabezas pensantes y cada quien quería jalar para sus influencias musicales… Yo le descargaba a Sepultura, Destruction, Sodom, Slayer y, por ejemplo, Mena, principal compositor, le iba más a Guns N’ Roses y el rock alternativo. No, no cabíamos en la misma banda.
Un poco después comenzamos a escuchar death metal: Obituary, Death, Morbid Angel, Carcass Cannibal Corpse, Napalm Death. Por aquella época para conseguir discos y t-shirts era tremenda historia…, jejejeje… El caso es que a Cuba llegaban revistas de metal traídas desde el exterior. Allí había secciones de correspondencia, y algunos frikis nos escribíamos con mexicanos, peruanos, ecuatorianos… ¡Y éramos las jevas más ricas del metal, jaja! Mandábamos fotos de muchachas metaleras que ni sabíamos quiénes eran junto con las cartas, y les decíamos: «Yo lo que quiero es metal». Y los mexicanos se volvían locos con las “frikis cubanas” y enviaban pulóveres, cintas, casetes, fotos, discos… a nosotros. Todo cambió cuando un mexicano vino a conocer a un amigo mío que también era «metalera», jajajaja, y tuvimos que dar la cara y decirle la verdad. Por suerte, el tipo era mortal, nos hicimos muy amigos y después siguió mandando cosas.
En los noventa también llegó el Período Especial… sin corriente, sin jama, sin transporte. Y si tú supieras… fue mi época más feliz, compadre. Recuerdo caminar por las calles de La Habana con una botella de chispa ‘e tren o alcohol de farmacia mezclado con no sé qué, y descargar en cualquier parque con los colegas frikis y una grabadora con pilas. Si no había corriente para conciertos nos íbamos pal malecón, pa’ Alamar, pal parque de G… Ya en los años 2000 éramos hordas, hordas de gente vestida de negro y con el pelo largo, caminando desde el Patio de María hasta G. Aquel lugar se llenaaaaba, desde 23 hasta Línea.
Así pasó más o menos hasta el 2013, cuando un puñado importante de las bandas más duras de Cuba —Ancestor, Escape, Hipnosis, Suffering Tool, Agonizer y Chlover—, junto a la primera directora de la Agencia y los editores del fanzine Scriptorium, hicieron un viaje a Estados Unidos y nunca viraron. Hasta ese año, el metal en La Habana era lo máximo y las bandas reventaban el escenario del Maxim Rock. Claro, la entrada era a cinco pesos cubanos… después a veinte o veinticinco, no recuerdo bien.
Entonces se creó un vacío en la escena que empeoró cuando el Maxim estuvo cerrado tres años por reparaciones, del 2015 al 2018. Ahí perdimos el relevo de la secundaria y el pre, que a falta de eventos metaleros se inclinó por el rap, la electrónica, la trova, el reggaetón… Ahora mismo el metal vive un momento difícil, pero creo que va a mejorar…
Voy pa’ Combat Noise… Lo armamos entre el Colo y yo en 1994, pero no fue hasta el año siguiente que terminamos la plantilla. Los ensayos, te podrás imaginar cómo fueron: sin corriente, una guitarra eléctrica en candela, un bajo ruso, una batería que sonaba a luz brillante, un amplificador que encontramos tirado por Cojímar… en fin… Y empezamos a componer temas propios, algo muy importante en esa época: «Mercenary», «Marching to devastation», clásicos de la banda. A mí me impactaron muchas lecturas sobre la guerra y había visto un montón de películas bélicas. Por eso, en vez de irme por el camino de la carne podrida, los gusanos y la sangre, escribí letras denunciando los horrores de la guerra.
En el Patio de María debutamos el 24 agosto de 1996, invitados por Joker. Eso fue usando batería secuenciada, porque nos habían robado los instrumentos en casa del baterista y después de botarlo, tuvimos que empezar de cero. Todo por el mercado negro… en esa época no se vendía nada en las tiendas para tocar metal… bueno, ahora tampoco. Ni cuerdas de guitarra ni pedales de distorsión, nada… Congregation usaba una caja de jabón con un circuito electrónico dentro y unos letreros escritos con pluma: «volumen» y «distorsión».
Ahí lo que se inventó fue… baterías con cajas de galleta, púas con recortes de discos musicales viejos… Y en el público siempre hubo «bomba», la gente se moría por estar pegada a la baranda y por oír los caseticos con los demos de los grupos. El primero de Combat Noise, Marching of terror, lo grabamos en el mismo 96 con Ulises, ex guitarrista de Venus. Y el segundo —jejeje—, el segundo lo grabamos por Juan Formell, el director de Los Van Van… (pérate, déjame darme un buchito para contarte bien…)
Antes de conocerlo en persona, Juan Formell era para mí como un enemigo del rock, porque los salseros siempre habían sido los tipos que nos tiraban piedras, se burlaban de nosotros, nos llamaban maricones y decían que el rock era una mierda… Y yo no quería saber nada de ellos. Los odiaba. Pero mi novia, una muchacha cubana residente en México, lo conocía y me dijo una vez: «Oye, ¿quieres ir hoy conmigo a almorzar a casa de Juan Formell». Y yo: «Bueno, ‘ta bien». Y cuando llegué a la sala del tipo, no podía creer lo que veía: un cuadro grandísimo de Deep Purple en una pared y uno de Los Rolling Stones en otra…. En eso salió Formell, me dio la mano y me dijo: «Así que tú eres el rockero…». «Sí, yo el soy rockero… ¿Y qué hace eso ahí en la pared!». «¡Muchacho! ¡Si yo soy fan a Deep Purple y a Los Rolling! ¿Ya tú viste el último concierto que salió…?»
Y nos pusimos a hablar de música. Me enseñó unos videos, me prestó un casete VHS y antes de irnos se acercó a mí: «¿Y tu banda qué? ¿Cuántos discos tienen?». «Bueno, tenemos un demo nada más, porque, imagínate… la cosa de grabar está dura…». «Eso no tiene problema», me interrumpe, «mi sonidista me debe un par de favores. Yo le voy a decir que te grabe un demo». Y yo por dentro de mí: «¡¿Quéeeee?!»
Al poquito tiempo nos pusimos de acuerdo, el cuadró todo y llegamos a los Estudios Paloma, un lugar pequeño dentro del Salón Rosado de la Tropical. Usamos para grabar la batería y los platos de Samuelito, porque los nuestros estaban rajados… Y el drum sonaba a timba, ¡pim!, jaja, pero qué clase de favor nos hicieron, asere. Me dieron tremenda lección y hoy les agradezco en el alma que me hayan tirado ese cabo…
Oye, si te doy mucha muela me dices, que ando un poquito mareado…
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Los frikis de los noventa templaban sin condón, y muchos murieron por no usarlo o porque pensaron que no les iba a tocar. Tú te encontrabas con un piquete y era: «tengo sida», «tengo sida», «tengo sida». Y tú diciendo: «Bueno…, ¿tendré yo también?» Aquello era de pinga… A mí me dijeron un día: «Bróder, ¿qué tú haces que no te has inyectado sida? Yo me lo inyecté junto con mi prima y no sé quién. Vamos pa’ Los Cocos, asere, que eso está mortal… escapas del servicio militar, hay música, la comida está riquísima, un yogur de fresa… y todo el día quimbando… ¡Eso es la vida misma!»
Y yo con la tentación: «¿Lo hago o no lo hago?». Jaja. Na, mentira, les decía que no me cuadraba eso, ¡qué va! Había algo dentro de mí diciendo: «Juan Carlos, no te hagas el loco… termina primero la universidad». Y el Patio de María organizó entonces una campaña hermosa, Rock contra sida: conferencias, folletos, historietas, conciertos, repartían preservativos, diseñaban carteles de «puede ser cualquiera» y «la enfermedad sin rostro». Ese proyecto ayudó muchísimo a erradicar el contagio, porque tú te ponías a pensar: «Oye, de verdad que puede ser cualquiera».
La obra del Patio fue inmensa, no solo en la música. Yo defendí ahí mi tesis de Licenciatura en Economía. También se formó una generación de escritores, pintores, músicos, promotores… y cuando lo cerraron en el 2003, eso fue terrible para nosotros.
Lo que pienso que pasó fue esto: como el lugar estaba muy cerca de la Plaza de la Revolución y los frikis andábamos en manada por Paseo, se volvió problemático para el gobierno. Toda esa gente extraña, pelúa, antisocial, diversionista, al doblar del MININT y el Consejo de Estado… La policía nos mandaba a salir de ahí, muchas veces nos metían presos, pero por ley la detención duraba tres días… y al otro sábado íbamos de nuevo… hasta que todo reventó. Dicen que por droga. Es verdad que había, yo me metí pastillas con alcohol, marihuana…, ¿pero en cuántos lugares no hay droga?
Me parece que si ese era el motivo tenían que combatirlo de otra manera, porque después esos mismos consumidores iban a drogarse en cualquier parte. También podían haber apoyado a María en su campaña contra las drogas, pero no… Lo cerraron. Después de la clausura hubo conciertos en La Tropical, La Madriguera, algunas casas de cultura, pero no era lo mismo.
Y te digo más: cuando se acabó el Patio de María, regresó la persecución contra los frikis. Cacería de brujas, policía para arriba ti: «carnet de identidad», «aquí no puede estar», detenido en la estación por gusto. Yo viví eso, aquella metatranca de los desafectos culturales… Pero tú te pones en los zapatos de esa gente… Ubícate en un tipo que le guste el dominó, la salsa… y que de pronto vea unos raros con el pelo largo, vestidos de negro… Ahí dice «Ño, esas gentes son antisociales, hay que barrerlos». Y empiezan los abusos.
El escenario cambió para nosotros cuando abrieron el Maxim Rock, que no fue un regalo para los rockeros buenos, ni nada parecido. El Maxim se luchó en las reuniones de la AHS. Siempre había alguien diciendo: «Las bandas de rock no tenemos un lugar para tocar». «¿Cómo es posible que si la cultura nacional es para todos, nosotros no tengamos un espacio…?». Y eso se repetía y se repetía, hasta una vez en que todos los frikis dijimos: «Como aquí no se nos escucha, ahora mismo abandonamos la reunión». La sala terminó vacía…
Entonces Abel Prieto, el Ministro de Cultura de ese momento, nos prometió una empresa especializada en rock, y aunque hubo que caerle atrás como locos, lo cumplió, y siempre lo voy a reconocer. Él no se olvidó de sus raíces rockeras; y si hubiera dependido de los funcionarios que nada más defienden la cultura criollística —que merece ser defendida, pero no es la única cultura del mundo—, todos estaríamos jodidos.
La Agencia fue el reconocimiento a los grupos que tenían público y trayectoria, porque era inconcebible que Agonizer metiera seiscientas personas en el Patio y no cobrara ni un peso. A partir de ese momento, las bandas pudieron cobrar por su trabajo, y es un logro que no se valora. En ningún lugar del mundo, en ninguno, tú tienes un sitio así. Allá afuera tú pagas a un establecimiento para tocar y ganas dinero de acuerdo a un por ciento de las entradas. Tienes que llevar en carro tus amplificadores y batería, recogerlos y llevártelos después.
En el Maxim es un vacilón: llegas, tocas, cobras. Hay quien dice que la Agencia y la AHS existen para controlarte… Está bien, pero son quienes te ponen el audio en los conciertos y te los programan, quienes organizan los festivales y te garantizan transporte, alojamiento y ganancias. Tienen sus cosas, es verdad, pero si vamos a ser justos, nos beneficia más que los que perjudica.
¿Qué no vi bien de la Agencia? La dirección. Para mí, quien debió asumir el puesto al inicio era María Gattorno, pero ella seguía herida por el cierre del Patio. Entonces propuso a Yuri Ávila, que trabajaba en la AHS y era la productora de Hipnosis. Comenzaron las molestias por el favoritismo: ella priorizaba a su gente… Es el problema de tener poder y estar involucrado con un grupo.
Ahora con Dionisio puede suceder algo parecido, porque siendo director de empresa y además músico, lo lógico es poner lo tuyo por delante. Pero prefiero un tipo que pelea y defiende el rock y el metal con su vida, a alguien que nos desprecie y quiera convertir al Maxim en una casa de la música bailable, como hizo Blanca Recodé, la segunda directora de la Agencia, antes de que entre todos la botáramos.
Así que, bróder, tienes que luchar lo tuyo: montar tu banda, practicar, comprarte un pedal, montar tus temas, grabar los discos como puedas. Por las disqueras cubanas no puedes esperar. Solo les producen discos a ciertas bandas porque su música es más afín a lo que ellos llaman «cultura cubana», y porque los músicos han sido funcionarios y militantes de la AHS y del Partido Comunista y se ponen en las reuniones a pedir… Sucede lo mismo con las giras internacionales.
¿Por qué viajan dos o tres grupos selectos? Por ayuda de determinada institución o porque ellas mismas tienen sus influencias. A nosotros nos han invitado desde veinte países, ya podríamos haber participado en festivales de cualquier parte… Pero nunca hemos salido de Cuba, porque no tenemos cómo pagarnos los pasajes y, claro, tampoco somos «necesarios» ahí fuera. Y para terminar la idea de ahorita: ¿tú crees que a la EGREM le interesa hacer un disco de Combat Noise? No, bróder, no… Y ahora te pregunto: ¿tú crees que a mí me interesa hacer un disco con la EGREM…?
Desde que existe el internet, ya puedes lanzar tu trabajo con un sello extranjero y encargarte tú mismo de visibilizar a la escena de metal. Combat Noise tiene sus discos en físicos lanzados por American Line Productions, uno de los sellos más importantes de México y América Latina. A ellos tú les envías las maquetas, te producen, no sé, unas quinientas copias y te mandan cien. Las demás las distribuyen entre otros sellos del mundo, y por eso nos conocen en Colombia, en Noruega, en México… Así se mueve el underground metalero.
Cuando lanzamos el álbum Frontline Offensive Force, una disquera estadounidense me contactó. «Nos interesa hacer una reedición del disco. ¿Qué quieren a cambio?» «Mándennos cien copias en físico y quinientos dólares, porque nos hace falta una guitarra nueva para el grupo». Ellos estuvieron de acuerdo, con la condición de que el dinero fuera usado única y exclusivamente para comprar la guitarra. «¿Nos das tu palabra?». «Les doy mi palabra». Cuando llegaron los quinientos dólares, conseguimos la B.C Rich que usa mi guitarrista y mandamos una foto al sello. Porque esos son, compadre, como códigos de caballería entre los metaleros: si tú rompes esos códigos, perdiste tu honor en el underground, y ten la seguridad de que la voz se corre.
Esto es algo que siempre digo a las bandas jóvenes: «Lo más importante es la escena, sacrifícate por el movimiento, ayuda a quienes empiezan ahora…». Hace poco, en un concierto del Maxim, el baterista de Helgrind no tenía platos para la batería y los pidió prestados a un grupo que no voy a mencionar. ¿Tú crees que se los dieron? Entonces me los pidieron a mí y se los presté a nombre de Combat Noise. Les dije: «Vieron eso, ¿no? Ahora ustedes no tienen platos, pero de aquí a diez años, cuando sean una banda grande y una nueva les pida ayuda, acuérdense de que tal grupo no les prestó los platillos, pero este otro se los dio, y gracias a eso tocaron». Porque te repito: lo más importante es la escena.
Cada vez que Combat Noise edita un disco, qué hace: «Special thanks to Cuban metal bands». Agradecimientos especiales para las bandas cubanas: Agonizer, Helgrind, Congregation…, para que así, cuando un extranjero vea el disco y lea los créditos diga: «¿Heavy metal en Cuba? ¿Y tantas bandas? ¡No jodas!». Y sí, heavy metal, porque la mejor época para el rock en La Habana llegó con el movimiento metalero en los 2000. El rock clásico, excepto en covers, estaba perdido; el alternativo, muerto; las baladas, lo mismo. Los frikis iban a los conciertos a canalizar energías, problemas, frustraciones, alegrías. Pero el rock se había vuelto parte de la sociedad. Grupos como A-19 y DNA ya habían rendido la bandera al mezclar su sonido con pop, música cubana y trova, y buscar un público más farandulero y ajeno a nosotros.
Por otro lado, las bandas de metal formaron una escena rupturista. Cuando el death metal llegó, le “rompió” el oído a Guille Vilar, a Carlos Fornés, a Juan Camacho, a todos los de la vieja escuela. Creo que los rockeros buscaron otro camino, motivados sobre todo por razones económicas. Claro, también aman el rock clásico y hacer covers es un homenaje, pero, en definitiva, son horizontes opuestos a los metaleros.
Nosotros ni soñábamos con ganar dinero: «¿No me pagas? ¡No me pagues!». Y de ahí salieron las bandas más radicales del metal en este país. Lo hacían porque lo amaban y lo sentían. «Voy a empezar una banda de metal extremo para partirme el cuello yo, y no me importa si a los demás les gusta. Es un grupo para los cuatro socios míos, y si fallo, si no lo consigo, podrán criticarme y decirme “radical”, “bullangero”, pero nunca “fresa”». De repente, quedando bien con esos cuatro gatos, tenías un respaldo de público gigante.
Con bandas como Sectarium, Scythe, Destrozer y Agonizer, se consolidó el movimiento metalero nacional y los festivales quedaron brutales. Ahora somos dinosaurios —como nos dicen algunos— y pueden pensar que estamos en extinción. Pero no. En nuestra escena tenemos algo a favor que otras no tienen: no lo hacemos por dinero, lo hacemos por pasión. Por eso Combat Noise no cambia: ¡antes muertos que mezclar con géneros no afines al metal y que no nos entran!
Hoy existen bandas jóvenes que mezclan el metal con la electrónica, la rumba, la estética del reggaetón… se cortan el pelo y se hacen un bisté… ¿Qué es eso, asereeee? ¿Cómo vas a tocar metal vestido como un reggaetonero, o con short amarillo y chancletas? Todo eso los aleja poco a poco de nuestra escena, como antes pasó con las bandas de rock.
Muy pronto dejarás de ver a algunos de estos grupos en el Maxim y sí en una discoteca o una casa de la música, tocando para la farándula y diciendo: «Na, si lo de metalero fue una época de inmadurez…, eso es cosa de chamas». ¿Qué pasa? Tienen un público que los sigue. Pero eso es normal, compadre… también lo tiene la Charanga Habanera, Yomil y el Dany, Qva Libre… Y ese camino también es válido, pero seguro, seguro, que no es el del metal.
Tú debes estar pensando: «El tipo este es tronco de radical, jajaja…» A ver, no es por ser un radical, pero… Bueno sí, ¿qué carajo? Pon ahí que soy radical y bien… Vamos pal Maxim, dale…
Centro Habana, febrero de 2020
[1] Jorge Luis Reyes, Colo: Bajista de Combat Noise hasta 2005, y guitarrista desde entonces.
[2] Hardcore: Aunque puede referirse a un estilo musical derivado del punk, en la jerga friki cubana es un vocablo utilizado para describir una especie de danza, en la que sus participantes hacen acrobacias y chocan violentamente unos con otros al ritmo de la música. Suele ser asociado con géneros musicales como el hardcore punk, el thrash metal, el death metal, o el groove metal. A nivel internacional es conocida como mosh pit o pogo.
Una versión de esta entrevista fue publicada en la revista cultural cubana El Caimán Barbudo en 2022 y obtuvo mención en Testimonio en el Concurso Nacional de Periodismo de ese año.