
Foto: Alina Sardiñas
Si un trabajo me ha puesto delante de la riqueza y la belleza del ser humano ese trabajo es este. En Alquízar, al borde de la carretera, con su bicicleta y acompañado de su hijo esperaba «El Hormiga”. Desde joven sus amigos le llamaban así por su delgadez, sus extremidades largas y su voz aguda. Cuando me paré delante de aquella figura enjuta lo primero que me vino a la mente fue la palabra bondad (No es un intento por embellecer mi crónica echando mano del sustantivo abstracto; la palabra bondad me vino a la cabeza, lo recuerdo bien).
Allí, entre el «verde Cuba » y un cielo de noviembre, la casa de ladrillos en carne viva nos recibió. El Hormiga era un anfitrión de altura, la prueba irrefutable de cuánto puede abarcar la palabra dar sin que le roce lo tangible.

Hormiga vivía con su hijo de unos once años y entre los dos se cuidaban. Le estaba inculcando el amor por el rock & roll y el pullover que exhibía el niño esa mañana nos decía que la cosa iba bien.
Contó de su vida, de su pasado de excesos y de frikandá y de su boca salían bellezas cuando hablaba de sus amigos. De Miguel de Oca, de «El Satan», de Loyola, quien esa mañana como tantas otras se apareció allí para llevarle algunas cosas que sin duda el Hormiga necesitaba.
«Nosotros, como seres humanos, tenemos sueños y él tenía uno, que sus amigos descubrimos después de mucho tiempo», me dice Loyola cuando le pido que me cuente alguna anécdota de las tantas que ellos atesoran de este personaje ocurrente y alegre que fue el Hormiga.
«A ti te parecerá de poca monta pero cuando lo analizas bien es increíble cómo una persona pudo tener un sueño tan sencillo y que tardara tanto en cumplirlo».
«El Hormiga siempre se emborrachaba, esa era su debilidad. Sus amigos lo sabíamos; así que siempre lo asegurábamos… lo cuidábamos . En el 2015 se presentó en La Habana The Dead Daisies y fuimos a verlos con un amigo médico que tenía un almendrón gigante. Después de una noche maravillosa regresamos para Alquízar. Íbamos de madrugada por la autopista a toda velocidad y de repente, el Hormiga, que por supuesto tenía tremenda borrachera, bajó la ventanilla y sacó casi todo el cuerpo para afuera. Abrió sus brazos y empezó a gritar a todo pulmón lo hice, lo hice, lo hice. Nosotros dentro del carro lo escuchábamos mientras lo agarrábamos por la cintura, asustados, pensando que se quería tirar.
«Cuando llegamos a Alquízar le preguntamos que por qué nos había asustado así, entonces bajó la cabeza y nos contó: Desde hacía muchos años yo siempre quise montarme en un carro, preferiblemente un descapotable, pararme abrir los brazos y que el viento me rozara la cara. Ustedes no me creerán pero ese era mi sueño, y de alguna manera hoy lo cumplí. Nosotros casi lloramos. Fue algo grande y lo respetamos por eso. Así era él, un hombre sencillo , con sus sueños», me dijo Loyola.
Cuando menos lo esperaba, el Hormiga me llamaba y nos poníamos a hablar de cualquier cosa, siempre me preguntaba por las fotos y me hacía prometerle que iba a volver a Alquízar a visitarlo. En el 2021, justo dos años después de hacerle las fotos para el proyecto, le diagnosticaron un cáncer bucal. Cuando lo fui a ver al hospital su rostro estaba deforme después de una operación que duró 10 horas, pero ahí seguía el Hormiga, con su bondad a cuestas, mirándome con un afecto que a cada rato se me aparece en el recuerdo. Se me agüan los ojos y desde este lado, yo también le sonrío.
«El rock siempre va conmigo y conmigo me lo llevaré».
*La crónica y foto principal forman parte de la exposición y serie fotográfica Light my Fire, que rescata los rostros e historias de los frikis cubanos