Héctor “el Punk” se me escurría como una anguila: no había forma que yo consiguiera atrapar su atención. En algún momento me pidió que le repitiera el motivo por el cual yo quería hacerle una foto y con graciosa mofa reprodujo la clásica expresión de “niño bueno” tan usada en las fotografías. Con la misma me olvidó, pero mi cámara y yo lo perseguimos por toda la casa de Belkis.
Héctor se zambulle en el alcohol, sus tatuajes flotan en un mar de etanol. Tal vez Santa Clara es para él una ciudad que ondula, quizás sus casas y sus calles están sumergidas y él a veces saca la cabeza, respira toma aire y se vuelve a zambullir. Tal vez. Pero hay algo que sí es seguro: Santa Clara es la ciudad de Héctor y William, y es también la ciudad donde hace catorce años en una de sus calles cayó para siempre el cuerpo de su mejor amigo, su hermano William, asesinado.
William (el alma de EsKoria) y Hector se conocían desde niños y eran inseparables, hermanos verdaderos. Lo compartían todo, hasta la comida, me cuenta Belkis “la Renegada” . De niños les gustaba ir al monte a cazar pajaritos, tenían jaulas llenas de pájaros. La muerte de William ha sido su gran dolor, nunca se ha recuperado… por eso tanto alcohol.
«La mayor bronca que se recuerda en Santa Clara la armó Héctor en un Ciudad Metal porque unos tipos vinieron a meterse con nosotras, él no soporta el abuso contra las mujeres; se vuelve loco con eso. Yo estoy aquí en La Habana y lo extraño, siempre me está ayudando, nosotros nos queremos mucho», me contó Belkis y se le notaba el cariño.
Le pido a Sandra “la Punk” que me cuente de Héctor: «Tuvimos una relación muy bonita e intensa y siempre nos apoyamos. Conmigo nunca escatimó. Héctor es un excelente ser humano y un excelente padre, nuestro hijo fue muy deseado y le dio a Héctor ganas de vivir».
«Fíjate si la vida es irónica y dura que cuando nuestro hijo tenía un año Héctor habló con William y le pidió que si moría lo cuidara, que no me dejara sola, que me ayudara. Fue un golpe muy duro, la muerte de William nunca la asimiló. Una cosa te digo: Si alguien sabe ser amigo, ese es Hector, créeme».
«Te puedo decir tantas cosas, escribir un libro sobre él, puedo decirte que no le tiene miedo a nada. Anécdotas tengo miles, no era fácil cuando se tomaba cuatro tragos y le daba por fajarse, ahí tenía que salir yo a batirme con él. Siempre me decía, vive de prisa y muere joven».
Estuvo un tiempo en Desperdicio, un proyecto que nació en el sanatorio. Los integrantes del grupo VIH hacían la música y Héctor escribía las letras y cantaba. En ese momento Sandra atraviesa el tiempo treinta años y tararea:
𝑫𝒖𝒓𝒂𝒏𝒕𝒆 𝒂ñ𝒐𝒔 𝒅𝒆 𝒆𝒕𝒆𝒓𝒏𝒂 𝒍𝒖𝒄𝒉𝒂
𝒆𝒏𝒕𝒓𝒆 𝑬𝒔𝒑𝒂ñ𝒂 𝒚 𝒍𝒐𝒔 𝒄𝒖𝒃𝒂𝒏𝒐𝒔
𝒕𝒂𝒏𝒕𝒂 𝒔𝒂𝒏𝒈𝒓𝒆, 𝒕𝒂𝒏𝒕𝒂 𝒈𝒆𝒏𝒕𝒆
𝒚 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂 𝒔𝒐𝒎𝒐𝒔 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒉𝒆𝒓𝒎𝒂𝒏𝒐𝒔.
En Santa Clara he visto a Héctor abrazar muy fuerte a su amiga Belkis mientras se para delante de la noche y saca el dedo del medio aparentemente a la nada pero bien sabemos que ese dedo va dirigido a todo.
Héctor “la Bestia” es todo el punk.
Cuando le pedí una frase dirigió su mirada hacia los tatuajes y en silencio su piel me respondió: «Mi tiempo no se regala, no hay futuro».
*La crónica y foto principal forman parte de la exposición y serie fotográfica Light my Fire, que rescata los rostros e historias de los frikis cubanos