
Fotos: Alina Sardiñas. Caibarién, julio de 2019
Cuando rememoro el viaje a Caibarién, mis ojos ven un pueblo polvoriento castigado por el sol y la sensación de estar en el mismísimo fin del mundo. Allí vivía Octavio AC/DC. Llegamos a su casa, creo que ayudados por un milagro y, claro, también por los lugareños que sabían quién era Octavio. Cuando lo tuve delante me sentí cohibida porque aquellos ojos azules hondísimos me sometieron al escrutinio más minucioso y sentí el peso de su desconfianza.

Un tropel de palabras salieron de mi boca intentando explicar mi proyecto hasta que otro milagro me envío la calma y logré después de un par de respiraciones profundas explicar con coherencia qué estaba haciendo allí. Aquel rostro hermoso se volvió amigable y agradecí cada minuto con Octavio. En el poco tiempo que estuvimos con él, nos contó de su vida, difícil, como casi todos los que eligen un camino diferente. Palero, homosexual, punk, artista. Vivió el rechazo de su padre y de la sociedad, pero también la lealtad de sus amigos.
Justo al lado de su casa había un terreno pequeñito donde Octavio iba a empezar a construir para ampliarse y vivir menos incómodo; estaba contento con eso. Pero la muerte hizo su trabajo sucio y Octavio murió tres meses después de esta foto.
Antes de irme le pedí una frase, me dijo: “Si vuelvo a nacer, seré Punk”.
*La crónica y foto principal forman parte de la exposición y serie fotográfica Light my Fire, que rescata los rostros e historias de los frikis cubanos
