
La crisis hoy sigue cobrándose víctimas en la escena del rock y el metal cubano. En apenas unos días, dos bandas jóvenes y con gran proyección han anunciado pausas indefinidas en su actividad en vivo. Aunque sus circunstancias no son exactamente las mismas, ambas decisiones parecen responder a una realidad ineludible para los músicos cubanos, o al menos, para aquellos cuya propuesta gira en torno la música alternativa: la imposibilidad de sostener un proyecto dentro de una realidad cada vez más adversa.
Histéresis, una de las agrupaciones más interesantes de los últimos años —nominada/ganadora de varios premios y con dos discos a cuestas— ha visto cómo la emigración de sus integrantes se convierte en una barrera para su continuidad escénica. Orphan Autopsy, una banda joven, pero muy popular dentro de la escena extrema y con una trayectoria envidiable, también ha anunciado su despedida; y aunque sus integrantes no revelaron las causas, es innegable que la falta de incentivos, de espacios y de recursos técnicos; los absurdos mecanismos burocráticos y la propia necesidad de comer primero y tocar después, han hecho lo suyo.
La disolución o la migración de bandas de rock o metal cubano no es una novedad, pero su impacto en los creadores jóvenes es cada vez más evidente. Las historias de grupos como Histéresis y Orphan Autopsy, pero también de Némesis, Helgrind, Rising Ravens, Saloma o Heavy Rain (la lista es más larga) demuestran que sin una estabilidad mínima que permita a los músicos dedicar tiempo y energía a sus proyectos, muy pocos tendrán una continuidad. Si para colmo, sus referentes más cercanos son bandas con sobrada trayectoria, pero que están hoy parcialmente inactivas o sobreviven tocando en condiciones precarias y con un enorme esfuerzo, el panorama no luce reconfortante.
Cuando una banda deja de tocar, o se disuelve, no es solo una pérdida para sus integrantes. Se debilita un tejido cultural ya de por sí frágil, y se envía un mensaje desalentador a las nuevas generaciones: el esfuerzo por mantener un proyecto, en muchos casos, no parece sostenible.
Y es cierto que a nivel mundial la música que amamos se ha vuelto cada vez menos sostenible. Y es cierto que en el caso de la isla, el rock y el metal han demostrado su resiliencia incontables veces. Y sí, es bastante probable que algunos de estos proyectos logren reinventarse, sobrevivir a la distancia y hasta renacer en otras latitudes. Pero mientras la realidad siga empujando a los músicos fuera del país o los termine apartando de su camino porque primero hay que sobrevivir, cada anuncio de pausa, disolución o migración será un recordatorio de que la crisis también se mide en los sueños rotos de los que ya no están. Y no hablo solo de músicos.
Mis respetos y agradecimientos a todos los que lo han intentado y perseverado, estén o no.