No son pocas las bandas de rock con repertorio propio que han emergido de forma reciente en Cuba; y sin embargo, no todas han podido dejar la huella de un álbum de estudio. Quizás por eso es que Charly Fariñas & Teatro Negro —una joven agrupación que fusiona rock en español y trova— ha puesto tanto empeño en grabar su debut Primer Ensayo, una producción lanzada hace poco menos de un mes y facturada en República Records.
En poco más de media hora, el grupo despliega siete canciones cuya sonoridad nos remite desde el rock argentino, hasta lo más nuevo de la canción cubana contemporánea, pasando por un coro a lo Rolling Stones en “Protocolo” y una vibra similar a los primeros trabajos de Tesis de Menta en temas como “Algo Queda” y “Los Cuervos”, con duetos de voces masculina y femenina que enriquecen la textura de las canciones.
Sin dudas, mis favoritas del disco son la pieza de apertura, “Primavera”, y “Alejandra”, una suerte de diamante en bruto. La primera, por una intensidad in crescendo que termina por desnudarnos una ciudad que necesita, sí o sí, florecer ante el invierno de la desidia, el dolor y el tiempo gris.
Más allá de lo compacto que puede sonar por la cohesión entre voz e instrumentación, lo que más me gusta es que su letra se ancla en el paisaje social de la ciudad desde lo alegórico y metafórico —a lo Carlos Varela o Frank Delgado—, y denuncia, describe y aspira, todo en clave de poesía.
“Alejandra”, por otro lado, me ha parecido de lo más hermoso escrito en el rock cubano reciente, al menos desde “El Caminante y el Gran Tesoro”, de Histéresis, “Qué manera de estar rotos”, de Ruido Blanco, e “Ícaro”, de Fito del Río. Al inicio, parece una balada a piano como cualquier otra; pero progresa con tanta sinergia entre sus partes y tanta garra en su interpretación, que me es imposible no volverla atrás para volver a escuchar: “Alejandra se me está enredando y me ha enredado el pecho. / Me trata con demonios que ni yo he podido arrancarme de la piel”; o ese clímax donde se habla de remolinos en la altura, en el aire, en la bruma…
“Picada y Cañón”, por otra parte, cierra el disco con un relato en primera persona mucho más críptico y tenso que en piezas anteriores. En él, la voz y la experimentación con música electrónica ocupan el foco durante buena parte del tema, hasta que irrumpen las guitarras y la percusión con aire militar. “Voy al precipicio como alarido de libertad”, anuncia la voz, poco antes de concluir: “La razón es pétrea, la gravedad no tiene color”. ¿Un tema sobre la muerte y la caída, una alegoría al cambio inevitable, existencialismo, crítica social? Quizás un poco de cada cosa, precisamente ambiguo y potente para que cada quien ponga de sí en la escucha.
A fin de cuentas, Primer Ensayo es una obra para escuchar a la vez que pensar, y en cuyo título radica el mayor spoiler: una banda novel, inquieta, decidida a explorar su sonido y a fijar un punto de partida. No es un disco que pretenda disfrazarse de obra definitiva ni mucho menos. Se presenta, más bien, como una invitación a entrar en un estudio, un local de ensayos, un garaje con buena acústica donde conviven la sensibilidad trovadoresca, la electricidad del rock y una búsqueda poética que todavía está formándose, pero que ya muestra oficio y ambición.
