Trece horas después de su pistoletazo inicial, el Cuerdas de Acero Fest terminó su primera edición con un sabor amargo. Los problemas de audio, que parecen ser una maldición que persigue a los frikis desde siempre, llegaron para empañar el final de un evento que hizo soñar a más de uno y, a lo largo de medio día, hizo gozar a unos cientos.
Cuerdas de Acero fue el festival que tuvimos, de todo aquello que esperamos y planeamos tener unos cuantos locos, durante una tarde hace un mes. Mucho habrá que aprender de sus deficiencias para prevenir episodios similares, pero mucho habrá también que valorar y tener en cuenta sus aciertos para potenciarlos en eventos por venir.
Honestamente —aunque hoy deba hacer de juez y parte— creo que quedó bien. Vi, por primera vez en mucho tiempo, un espacio a tope donde rock y metal se respiraban, donde podías reencontrarte con colegas que ya no salían de sus casas, donde confluían chamacos, tembas, veteranos, frikipalos, dinosaurios, metaleros, punkis, rockeros y curiosos… Y sobre todo, donde cada una de estas jóvenes bandas supo ponerle bomba hasta el cansacio, aún con cuerdas rotas, líneas fallando, fases caídas y un calor que no daba tregua.
Si pararse ahí hasta el final, si intentar por todos los medios seguir, si saber cuándo y cómo retirarse por respeto al público, si darle todo el apoyo a tu banda en los momentos amargos; si todo eso no es rock y no es metal… no sé qué carajo lo es.
Quizás, lo único más heavy que eso, haya sido la postal que está encabezando este texto.