Los focos azules que iluminan levemente la cara de Ernesto Riol, delatan el nerviosismo que le brota desde el lado izquierdo del pecho. No hay capa de maquillaje, ni amuleto de Mjölnir, ni cuerno para beber aguamiel, que puedan cubrir la tensión de esos segundos iniciales, en los que la audiencia espera porque rompa el tema de apertura, se ilumine el escenario y Helgrind, la única banda de pagan metal en Cuba, ofrezca su primer show en dos años.
¿Qué es un concierto así, sin el performance de guerreros nórdicos, sin los cuerpos tiznados por el carbón, sin los coros vikingos que te invitan a surcar las aguas en un drakkar? ¿Qué es un concierto así, sin recordarles a esas caras anónimas del público que ellos son la última resistencia pagana, sin hacerles alzar los puños cuando «Time to Conquer» los lanza a la batalla, o sin narrar, entre riffs, coros e interludios, las leyendas que nos aguardan más allá del Atlántico?
Helgrind toca y la sala se viene abajo. Poco importa si te gustaba la banda o no, si conocías la banda o no. Helgrind toca y viajan a esta dimensión el halo de Quorthon, la ninfa Rusalka, el sabio Väinämöinen, el desdichado Túrin. Helgrind toca, y Ernesto ya no es Ernesto el friki, Ernesto el teacher, Ernesto el de las cervezas. Helgrind toca y Ernesto es un berserker, es un demonio, es el lobo Fenrir con las fauces abiertas.
Al final del trayecto, cuando termine de devorarlos, poco quedará del maquillaje, del aguamiel, de los nervios iniciales… Cuarenta y siete minutos se han ido en nada, y Helgrind se despide entre gritos y oscuridad. Esta noche, han asegurado otra conquista.