Desde aquel riff sencillo pero atrapante de «Canciones para sombras» y esa voz entre nasal y susurrante de la que es dueño Marcos González, algo me dijo que a Ruido Blanco había que echarle el ojo (y por supuesto, el oído). Hasta ahora, la apuesta se mantiene, y aunque su tan anunciado disco vaya saliendo en dosis de cuentagotas, este piquete de indie parece no perder brillo.
Si hace unos meses estrenaban «América», un tema de corte social más explícito y quizás por ello más maduro, nos dejan ahora con «La Resistencia», una canción que por momentos me remite a Vetusta Morla, y cuya letra se construye sobre metáforas de la humanidad, la libertad, la hipocresía y las esencias propias.
«La Resistencia» no será el tema más pegajoso de Canciones para Sombras, pero ni pretende serlo, ni lo necesita. Hay un espacio en el arte para el pensamiento y la reflexión, que Ruido Blanco está sabiendo mostrar con creces en esta segunda vuelta de canciones. Hay, en estas guitarras, arreglos y voces, algo de tristeza y resignación, de rebeldía e inconformidad. Quizás una imagen de lo que fuimos y sentimos; quizá un reflejo de lo que somos y negamos aceptar.