—Si tú eres Miguel Bosé, entonces yo soy Michael Jackson —dijo, antes de colgar el teléfono y pensar para sus adentros: «¿Quién será el loco este que me quiere coger pa’ las cosas?». Porque, claro, cómo se iba a creer Athanai Castro (friki, trovador y rapero a medias) que del otro lado de la línea hablaba nada más y nada menos que el autor de «Amante bandido», «Si tú no vuelves» y otros éxitos del pop español. «Eso», se dijo, «es una máquina que me quieren correr».
—¿Hola…? ¿Athanai…? Miguel Bosé al aparato… Es en serio… —repitió la voz en el segundo intento—. Te llamo desde Madrid, porque hemos escuchado unas maquetas tuyas y… vamos, que nos gustaría contratarte y producirte un disco…
—¡Imagínate eso, tío! —flipa todavía un Athanai hispanizado, veintitrés años después de aquella tarde de 1996—. Que lleves meses haciendo guardia en las disqueras cubanas a ver si se interesan por tu trabajo, que no des pie con bola y un día te llame Miguel Bosé, para decir “te quiero a grabar un disco…”
»Y tú “¡Na, na, na! ¡qué va!”. Está pasando y no te lo puedes creer… Y así pasas seis meses negociando un contrato, vienen los productores a buscar otros demos, preparas la banda… hasta que un día subes a un avión en La Habana, te bajas en Madrid y dices: ¡Hostiaaaaa! ¡Que voy a grabar un disco! Y después empiezan los anuncios en todos los medios: “Athanai, la nueva revelación del rock cubano”. Preparas una gira por España, un concierto de presentación en el Teatro Nacional de Cuba… y mientras piensas en regresar a tu país, sin saber que vas a estar casi veinte años sin vivir ahí, escuchas que suena en la radio —canta—:
Negra, no pares, sabes lo que quiero,
soy Athanai soy un blanco rapero.
Mi raza eres tú, deja todo atrás.
Anda, llévame al séptimo cielo…»
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De niño yo pensaba que Athanai era un nombre temporal. Que después, cuando grande, me iba a llamar Lázaro, Roberto, Manolo… Athanai era… no sé, tío… un nombre raro… Me llamo Athanai Castro, pero desde antes de grabar mi primer disco en Madrid, cuando era más un trovador que un rockero y tenías mis peñas en el Museo Napoleónico de La Habana, era Athanai.
Con diecipico de años tocaba la guitarra y una máquina de ritmos, y andaba pa’ arriba y pa’ abajo con toda la gente joven de la trova, lo mismo en un parque o un museo, que en la Peña de 13 y 8 o la Casa del Joven Creador. Una vez, el guitarrista Pablo Menéndez me dejó tocar en el lobby del Karl Marx como telonero del grupo Mezcla… y Frank Delgado y Carlos Varela, ¡baff…! Ellos eran mis ídolos de la trova, y después fueron mis maestros: Frank me produjo el primer concierto y con Carlos compartí escenarios varias veces.
En el año ’88 me hice socio de Alejandro Gutiérrez, quien con Vanito Brown integró el grupo Habana Abierta algunos años más tarde. Todos éramos trovadores y nos encantaba, además, el grunge: la música que hacía Havana, por ejemplo. De ahí empecé a escuchar Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden, pero el grupo que me volvía loco era Stone Temple Pilots. Y dije: «Voy a montar una banda», y empecé a buscar músicos: Víctor Navarrete llegó con una guitarra prestada, Haruyoshi Mori tocaba con el bajo de una iglesia que se oía malísimo, Karel Escalona tenía una batería ahí, más o menos. Y ensayábamos.
Mientras, yo estaba estudiando Magisterio Musical en la universidad, la hermana de mi socia Tatiana, la musicóloga Cary Diez, trabajaba en Artex. Cuando me enteré dije: «¡Hostiaaaa!, Artex me tiene que sacar un disco»… Y me paraba con los caseticos a hacerle guardia a los directores en las puertas de los sellos discográficos… mi sueño era tener los arreglistas de Varela…, pero claro, para ellos era un loco ahí que decía: «Ehhh, mira el tema nuevo», «tengo una maqueta hecha», que sé yo… Una vez, la banda Kerigma, de México, se interesó en varios jóvenes músicos y nos firmaron contrato a todos los que harían Habana Abierta y a mí. Al final, nada más se llevaron a David Torrens.
Entonces, Cary me consiguió una audición con unos productores americanos, Rachel Faro y Sammy Figueroa, y les gustó. Me iban a dar un adelanto en dólares y les dije que mejor compraran eso en instrumentos. Y ahí tú sabes… la banda mejoró… no te puedo explicar cuánto. Pero la difusión de la maqueta se cayó, porque había tremendo lío con los gringos y el bloqueo; y tenía que salir por un sello alemán… terminó engavetada… El caso es que dije: «Bueno, con esto hay que hacer algo». Y las llevé a Radio Ciudad de La Habana. De ahí fue que se escuchó por primera vez en los medios la versión en buena calidad de «El blanco rapero».
Por la actriz Ileana Wilson, mi esposa en ese momento y la futura madre de mis niñas, conocí a Jorge Perugorría («Pichi»), a Luis Alberto García, Carlos Varela. Nos hicimos socios fuertes y nos ganamos el apodo de «Los Malitos», porque cogíamos unas borracheraaaas…
Un día Carlos me invitó a su casa y estando allá me dijo: «Ven, para que te eduques», y empezó a enseñarme música nueva: Oasis, Cranberries, Spin Doctors, Alanis Morissette…, y yo flipando, tío, con un mundo de sonoridades que no conocía. Con Los Malitos empecé a descargar en fiestas y cosas así, hasta que un día Pichi dice: «Oe, caballero, ¿y cuándo vamos a hacerle un concierto a Athanai?». Y Carlos: «Oe, sí, un concierto a Athanai. Yo pongo los instrumentos, y vamos a cantar “Fantasmas”». Entonces Luis Alberto se encargó de la promoción, de las entrevistas, ¡pa!, y así fue como, en el año ’96, Athanai dio su primer gran concierto en la sala Covarrubias del Teatro Nacional.
Y ese día empezó todo de verdad para mí. Pila de gente, yo con mi guitarra, público de todo tipo: rockeros, raperos, trovadores, cantando mis temas…. Pero, ¿qué pasa? Ya había dado conciertos, ya tenía temas propios y no acababa de sacar mi primer disco. En ese momento, les organicé una audición a unos muchachos de rap de Guanabacoa, Primera Base, en Caribe Productions; y audicioné yo también como músico. Me contrataron, pero de productor, y salió el primer disco de rap de Cuba, pero yo… nada.
Mientras todo eso estaba pasando, Pichi le entregó una maqueta mía a Nancho Novo, un español que había venido a Cuba a hacer un par de películas. El tipo llevó las canciones a No More Discos, un sello independiente propiedad de Miguel Bosé. Pero parece que Miguel no le descargó mucho la primera vez, porque no pasó nada.
Unos días después, Santiago Cano, el presidente de la disquera, estaba escuchando «El blanco rapero», y Miguel se acercó y le dijo: «¡Ehhhh! Yo he oído esa canción en alguna parte…» —ahí mismo, jaja—. «Me gusta, me gusta… ¿y quién canta eso, Santi…?».
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En septiembre del ’97 presenté Séptimo Cielo en la sala Avellaneda del Teatro Nacional. Aquel era un disco súper rockero, con un espíritu grunge fusionado con trova y rap. El sitio estaba repleto, dicen que hasta un cristal de la puerta rompieron de la cantidad de público. Cuando empecé a cantar «Hora» todo el mundo empezó a corear «yei, yei, yei, yei, yei, llegó la hora, rectificar es de sabio, hazlo sin demora», y me contaron que a Miguel Bosé, que estaba en la presidencia con los funcionarios de Cultura, le preguntaron: «¿Y ese qué está cantando? ¿Eh?». Y yo no sé si es que el audio estaba malo o si la bulla era mucha y no se entendía… pero Miguel le dijo: «Nada, nada… cosas de muchachos… déjalos…». Jajaja.
Grabando el disco en Madrid, en los estudios Sonoland. me encontré con Lolita Flores, que en una cena que organizó para mí, me presentó a Joan Manuel Serrat, Marta Sánchez y los mánagers más importantes del país en aquel momento. Y conocí también a Rosario Flores, a quien después le produciría el disco Jugar a la Locura, nominado al Grammy Latino. Ese año, el ’98, viví en una casa de Lola Flores, en el barrio de Salamanca. ¡Lindísima! Toqué con la guitarra de Antonio Flores, que sonaba como una maravilla, con clavijas de madera… increíble.
Séptimo Cielo ganó el Cubadisco, pero el premio nunca en la vida me llegó. Yo había hablado con Miguel Bosé para que licenciara el CD a Caribe Productions, que a raíz de todo el boom de Athanai había aceptado lanzarlo en Cuba… pero Caribe desapareció, le vendió el catálogo a Artex. El disco salió para la venta en mi país, pero yo estaba un poco desvinculado con lo que pasaba allá… Me ocurrió la producción con Rosario, el nacimiento de primera niña y una discusión fuerte con Miguel.
Para ese tiempo Sony Music quería contratarme y producirme un disco, pero el sello de Miguel, con el que debía sacar cinco discos en cinco años, me retuvo el contrato, me tronchó la negociación y al final me congeló. Después de que se venció el contrato ya yo era un artista con las puertas cerradas, y tuve que empezar de cero.
¿Por qué me quedo en España? Mira… eso mejor lo dejamos para otro día, porque involucra gente muy importante para mí, y hablar sobre el tema puede ser sensible para ellos, ¿sabes? Y no quiero que eso pase. El caso es que seguí allá: comencé una gira con un grupo español llamado Dovery, y después canté en el Coliseo de la Coruña, como telonero de Pablo Milanés.
Conocí a un piquete de Sevilla de funk metal, O’funk’illo, y me fui de viaje con ellos también. Esa banda ha sido imprescindible en mi carrera, gracias a ellos pude participar en festivales como Viña Rock, Extremúsica, Derramerrock… y en el Rock in Río… Eso fue… ¡Grande, grande, tío! ¡Que me iba a imaginar yo, cuando tenía doce años y cantaba cosas de Bruce Springsteen y Tears for Fears en una azotea, con un micrófono hecho con un palo de escoba y unas lucecitas fachadas de los jardines de la pizzería La Romanita, que una noche estaría cantando frente a 50 000 personas!
Los grandes escenarios te dan una experiencia que no puedes aprender en otros lugares. Y para conocidos en el underground, como lo éramos nosotros, tocar ahí era una oportunidad que no podías desperdiciar. Tienes que morir en el show… Yo estaba de invitado en la gira y a mitad de concierto me llamaban y tocaba «Séptimo cielo», «No lo haré», «Habanero» y «Muévelo un poquito», una mezcla de nu metal, grunge y timba metal. No puedes decepcionar a un público que ese mismo día, en ese mismo festival, espera a Cypress Hill o Rage Against the Machine.
De la música cubana estuve bastante alejado en los 2000. Regresé a tocar en 2003 con Habana Abierta. El viceministro de Cultura invitó a la banda, porque se decía que Cuba no podía perder el talento de los músicos emigrados…,aunque yo nunca me fui del todo, porque tuve un permiso del Ministerio de Cultura para trabajar en el extranjero. Pero bueno, aquella era la política de ese momento. Cuando llegué a Cuba, conocí a artistas jóvenes como Haydée Milanés y William Vivanco.
Al año siguiente grabé unos videos para la emisión de fin de año de Cuerda Viva y me encontré por primera vez con Chlover, un grupo de metal. Y yo no recordaba que las bandas de rock cubano hicieran tanto show, me impactaron muchísimo, tío. Hablé con ellos y me llevé algo de su música para promocionar en España, pero no se movió mucho por allá y yo realmente estaba más enfocado en sacar adelante mi segundo álbum de estudio: A Castro le gusta el rock.
Las canciones de ese disco son bastante íntimas. Reflejan las vivencias de mi primera etapa en España y la nostalgia por mi ciudad. El nombre es un juego de palabras entre mi apellido y… bueno, tú sabes… ganas de joder. Sabía que iba a ser polémico. El arte siempre tiene que provocar.
La cosa era que el rock, históricamente, había tenido problemas en Cuba y de repente sentaron a John Lennon en un parque del Vedado y empezaron a haber conciertos, y yo dije: «Ya tenemos Lennon, ya tenemos Beatles… ¡pues a Castro le gusta el rock!El chiste me salió caro y el CD nunca se ha editado a través de un sello discográfico cubano. En 2018 lo presentamos a la feria Cubadisco bajo el título Obligatorio, porque es un álbum obligatorio en mi obra… bueno, y también porque fue obligatorio cambiarle el nombre…
Aquí me pasaron cosas muy graciosas: a inicios del 2006 viajé a La Habana a producirle a Lynn Milanés el álbum Te quiero bien, y me entrevistaron en programas de televisión: «Entonces, Athanai, háblanos de tu disco nuevo». «Bueno, el disco se llama A Castro le gusta el rock…». Y el director gritaba «¡Corten!», y empezábamos desde el principio… «Bueno, como te decía, el disco se llama A Castro le gusta el r…». «¡¡CORTEN!!». Yo pensaba que era un fallo técnico, hasta que me dijeron: «Oye, compadre, ¡no digas más el nombre del disco, por tu madre!».
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De todo lo que vi y pasé en España nacieron las canciones de A Castro le gusta el rock y Creando milicia. Nunca he creído, sin embargo, que mi música le haya cambiado la vida a alguien o algo así. Me gusta que me digan: «Ño, Athanai, si tú para mí eres súper importante…», pero a veces no me lo creo del todo, porque no sé si es cierto o no, y no me gusta ilusionarme por gusto, ¿entiendes? Me conformo con saber que si lo que hago le sirve a alguien, de puta madre…
Cuando era joven decía: «¡Hostiaaa!, ojalá tuviera yo una vida oscura como Kurt Cobain para componer unas canciones de puta madre… que te desgarren el alma, tío…». Y bueno, no he tenido esa vida oscura, aunque sí pasé mis malos ratos. En la misma España no hice solo música. En el capitalismo no existe la bachata esta de que tú eres artista y vives de eso. No. Allá tuve que aprender a ser electricista, a repellar paredes, a instalar cámaras de seguridad… una vez casi quemo un centro comercial sin querer… A veces surgía un concierto y tenía que elegir: ¿sigo tres días más de albañil o de camarero, o me voy a tocar para un bar? Y si le decías al jefe que tenías un show esa tarde, te decía: «Perfecto… si te vas, no vuelvas». Lo primero era el pan para mis niñas, después, ser artista. Por eso me demoré bastante en tomar el camino entre los discos.
El día que escribí la letra de «Trabajar» tenía tres euros en el bolsillo, ya había pagado la renta del mes y me alcanzaba la comida para una semana; pero después de que se acabara, ¿qué…? Era vivir al minuto. En el 2008 la jugada se puso apretaísima: era como el Período Especial en Cuba, con la diferencia de que había cosas en las tiendas, lo que faltaba dinero. Pero vi cómo desalojaban a los viejitos de sus casas y después cómo reprimían las protestas en la calle. En la televisión te ponían los atentados terroristas como si fuera un show, y para colmo, me jodía la bronca de los religiosos…
Ahí compuse «Terrorismo», porque veía una putada que la guerra se transmitiera como un show de TV; y después «Guarrilleros», que era una canción condenando toda la hipocresía cristiana con respecto al sexo, ¿no? Guarro en España es como «sucio», así que llevado al cubano sería como los «guerrilleros del sexo sucio». Con ese tema hicimos una puesta en escena con actrices porno y tipos vestidos de militares, bailando y tirando preservativos y vibradores para el público. ¡Un escenario loquísimo!
Creando milicia, en general, es más duro en cuanto a sonoridad que los dos trabajos anteriores. Al empezar las giras con O’funk’illo recibí mucha influencia de los grupos del underground español, y era esa potencia la que necesitaba para comunicar mis mensajes. Nunca llega a ser «¡Arghhhh!», metal súper fuerte, pero sí suena de otra manera. También tiene sus canciones contestatarias… He cantado sobre la hipocresía, los extremismos, la guerra, la injusticia, las desigualdades del capitalismo, y también he denunciado cosas que están mal en Cuba. En Séptimo cielo hice «Hora», que hablaba sobre las experiencias del Período Especial, el lado oscuro de La Habana. Y para Creando milicia escribí «Este dolor»:
Las malas experiencias de tu vida pueden tener tres efectos: pueden hundirte, dejarte paralizado, o ayudarte a canalizar ese sentimiento en algo, por ejemplo, en el arte. Mi obra no es política. Le canto a la vida, a las cosas que vivo. Como mismo reflejo en una canción que un día no tuve dinero para comer en el capitalismo, reflejo lo difícil que puede ser para el cubano de a pie sobrevivir en su país.
Nunca he podido cantar en fábulas, como hace Carlos Varela. No sé… Yo canto de lo que me pasa, en primera persona, y si me araña el dolor o la felicidad, les canto. No puedo vivir con miedo… Cuando compongo un tema es como si tuviera un hijo, tú lo haces y ya es algo que tiene vida propia.
Pero la gente tiende a idolatrar al artista y ponerlo como referente bandera, y lo somos, solo que un referente tuyo, personal. El arte, la música, el rock, están para eso: hacerte pensar, polemizar, educar. No tienes que hacer lo que te digo yo. La música te abre puertas y tú escoges qué camino tomar. No te metas conmigo. A mí mejor me dejas tranquilo, que yo hago lo que debo hacer… Ya bastante difícil es vivir… Y maravilloso.
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El tema «Regresar», de mi último disco, nació del deseo de estar aquí, respirar el olor a mar, descargar en un parque, buscar lo que fue… A veces yo caminaba por las ciudades de España y me imaginaba que era La Habana Vieja, porque la arquitectura en ciertas zonas es muy parecida. Regresar es eso, volver al inicio, donde empezó todo, aunque sepas que ya no es lo mismo, que las cosas cambian, que muchos de tus amigos se murieron o se fueron del país, o ya no les interesa ser tus amigos.
Regresar puede ser un sueño que te da una galleta en la cara… pero es así. La música la tenía compuesta desde 2003, pero nunca encontraba la letra, y no la terminé de escribir hasta 2014, cuando no pude aguantar más. Estuve casi diez años sin poner un pie en La Habana. El año siguiente a «Regresar», la vida me trajo de vuelta.
Creo que necesitaba mucho estar aquí. Cuba es una inyección de energía y sensaciones de todo tipo. Soy un músico y hago música: rock, metal, rap, trova, pop, funk; a veces digo que lo mío es trova friki o timba metal, pero no me gusta etiquetarme.
Rockero me he sentido siempre, desde el día en que mi hermano me puso Los Beatles en una grabadora. De hecho, hoy me siento más rockero que nunca, porque he aprendido mucho y sé hacer las cosas mejor, y porque siempre estoy loco por mostrar al público un buen show.
Con el rock de Cuba me ha pasado algo, y es que nunca me he sentido dentro del movimiento. Athanai es Athanai, y los demás son un mundo aparte. En los años ochenta iba a los conciertos de Venus y me hacía el más friki de los frikis, pero el heavy no me cuadraba tanto como después el grunge. Al Patio de María fui par de veces en los años noventa, a ver cantar a socios míos, pero me sentía marginado por los radicales, por ser un rockero que hacía trova. Me daban cuero y, sin embargo, el rock más famoso de esa época, el que salió de Cuba, no fue el metal, sino el que hacíamos Havana, que viajó a México, y yo. El alternativo y la fusión…
Hoy tengo amigos, músicos de metal, que han ido a mis conciertos y me saludan: “¡Coño, Athanai! ¿Qué bolá, asere…?”. Pero casi nadie me invita a un festival o a tocar con ellos. Y algo que no me cuadra de la Agencia Cubana de Rock es la imagen que ha terminado proyectando: el metal como la única expresión del rock en Cuba. Y no es así, tío. Yo reconozco el valor que posee el metal y admiro a quien le ponga los huevos y empiece a hacer esa música, porque el camino es dificilísimo… Pero el rock en Cuba es más que metal. Mucho, mucho, más.
Yo llegué aquí después de vivir en España por dieciocho años y ahora tengo que volver a construir un público, decirles: «Buenas noches, Fábrica de Arte, o Bertold Brecht, o Casa de las Américas, soy Athanai…». A veces siento que el público no está consciente de los artistas que tenemos en la música alternativa, ni los centros culturales tampoco. Hay muchas bandas jóvenes, músicos de rock, de rap, de lo que sea, que no tienen suficiente espacio, porque quienes programan los eventos ya tienen elegidos a «los que son».
A mí no me tienen muy incorporado a eso…. Voy haciendo lo que puedo y lo que me deja el Instituto Cubano de la Música… La semana que viene viajo a Seattle para tocar allá. La Meca del grunge… la ciudad que vio despegar a Nirvana, Pearl Jam, Alice in Chains, Soundgarden…, y tal parece que quienes programan los espectáculos en Seattle hacen mejor las tareas que quienes se dedican a eso en Cuba. Ya te contaré cuando vuelva…
Mira pa’ eso, se hizo de noche ya… Espera, espera, antes de que te vayas… Me dijiste que no has oído mucho grunge, ¿verdad…? Déjame traer la bocina y vamos a hacer lo que Carlos Varela y yo hicimos cuando me invitó a su casa… Mami, ¿no hay nada pa’ tomar por ahí…?
A ver… Audioslave, Chris Cornell… ¡Foo Fighters…! ¡Ahí está! Échate el tema este y dime si no está mortal…
Vedado, febrero de 2020