Cuando en 1972, el Humberto Manduley de trece años comenzó a anotar en papelitos dispersos cualquier dato interesante sobre los combos de rock de La Habana, poco imaginaba él, o cualquiera de sus socios beatlemaníacos, que aquella manera de distraerse se convertiría, dos décadas más tarde, en la base para un ciclo de programas radiales y en el germen de la primera investigación sobre la historia del rock en Cuba.
Siempre reacio a las etiquetas de periodista y crítico musical —«soy investigador independiente»—, el autor de los tres libros clave sobre el desarrollo del género en el país aún dedica parte de su tiempo a buscar, verificar y registrar cuanta información esté al alcance, pues asegura que su «hobby interminable», la investigación, es una deuda personal con las tantas figuras olvidadas de la historia rockera en nuestro país.
Pese a nunca haber contado con una formación académica a causa de sus estrictos horarios en la fábrica de cerveza La Tropical y los prejuicios de muchos funcionarios hacia su pelo largo, el ex letrista del grupo Venus y columnista de El Caimán Barbudo domina nombres, fechas y alineaciones con fervor sacerdotal, y mientras responde desde su residencia en México una lista interminable de preguntas vía correo electrónico, aclara con total franqueza que su estatus es el de un opinante y agradece que alguien, a poco menos de dos mil kilómetros de distancia, se interese por esclarecer cómo fueron los primeros pasos del movimiento del rock habanero y qué ha sucedido desde entonces en el devenir del estilo en la ciudad.
¿Podemos hablar de un despertar del rock nacional en la década de los ochenta?
En verdad es una frase que no he visto empleada mucho. Habría que ver en qué contexto se utiliza y a qué definición de rock nacional se refiere. Si se trata de la etapa ocurrida con el boom post-Venus, representaría la intención bastante generalizada entre las agrupaciones —de distintos estilos, pero sobre todo, dentro del hard rock que ya derivaba hacia el heavy metal— por dejar a un lado los covers, que fue la línea privilegiada por los grupos durante el par de décadas anteriores. En ese sentido, sí puede hablarse de un «despertar».
¿Cómo influyó el contexto político-cultural de la época en el auge del rock en La Habana?
Más que político-cultural, prefiero hacer una distinción entre ambas vertientes. Como lo veo, en el plano político se mantenía el discurso (aparente) de reafirmación «revolucionaria» y «socialista», aunque ahora uno se percata que tras bambalinas se iba armando otra cosa. En el plano cultural convivían dos tendencias: de un lado, toda la estructura oficial, representada por las instituciones del Ministerio de Cultura que empezaban a desarrollarse; de otro, ciertas corrientes que florecían, de manera muy subterránea, entre novedosas, radicales y rupturistas en artes visuales, humor, literatura, audiovisuales, teatro, etcétera.
La música —y en especial el rock— no tuvo un despunte tan significativo desde el plano conceptual en esos años, excepciones aparte, si se compara con la fuerza que tomaron las otras manifestaciones que mencioné. Hacia el final de los ochenta el heavy metal comenzó a ganar protagonismo por su indudable actualidad sonora, sustituyendo al hard rock de la década previa, mientras otras vertientes resultaron minoritarias.
En los ochenta todavía se sentían los remanentes del sectarismo ideológico de los setenta, pero poco a poco el contexto comenzó a suavizarse. Las instituciones se movieron entre el entendimiento y el respeto de un lado, y la captación oportunista por otro.
¿Cuál fue la reacción de las autoridades políticas y culturales ante esa nueva ola de rock encabezada por el heavy metal?
Lo típico. En un inicio hubo mucha censura y represión, pues se asumió al heavy metal como una fuerza antigubernamental —idea traída por los pelos, pero muy en la lógica del Ministerio del Interior, la Unión de Jóvenes Comunistas y similares. A fin de cuentas, el metal no era más —ni menos— que una derivación del rock previo, así que los mismos palos que había recibido aquel, los recibió este. Más adelante, como te comenté, empezó un proceso de asimilación, con luces y sombras, que llega hasta hoy, con la extraña convicción de que todavía no ha cuajado del todo.
¿Cómo se vinculó a Venus?
Con Venus me relacioné de pura casualidad. Conocía del barrio al futuro líder, Skippy, por amistades comunes e intereses en la música, y cierta vez, me habló acerca de su intención de armar un grupo que evitara las versiones. En ese momento, era más bien una idea, sin nombre siquiera y con Skippy aun estudiando bajo, pero le comenté sobre algunos textos que había escrito y unas melodías que guardaba en mi cabeza. A partir de ahí se definió una línea de trabajo: prescindir de los covers y el inglés, y priorizar el material propio. Luego él reclutó algunos amigos, hubo varios intentos previos y con otros nombres, hasta que la cosa comenzó a tomar forma ya como Venus durante 1982.
Escribía los textos y trazaba una línea melódica general, con alguna que otra idea añadida (intros, puentes, codas, ritmos) que explicaba a los integrantes. Dado mi desconocimiento de música, debía retener en mi memoria una melodía o un riff básico, el tiempo suficiente para llegar a casa y tararearlo ante una grabadora o delante del grupo, para que ellos lo tradujeran a sus instrumentos.
Era una especie de taller muy primitivo e intuitivo, que se enriquecía con los aportes de todos. Otros miembros componían también, aunque durante una etapa —por decisión interna de ellos— prevalecieron las ideas que yo aportaba, transformadas en canciones.
¿De qué forma reaccionaron las bandas que hacían covers a la propuesta musical de Venus?
Es curioso. Algunos músicos de aquella época, que pertenecían a grupos activos, hoy anulan o minimizan el significado de Venus en su momento; en varios casos, optan por la descalificación para colocarse el cartelito de «pioneros» ellos mismos. No estaba en el seno de Venus —solo era un colaborador tangencial—, así que desconozco si recibieron cierta guerra por parte de otras agrupaciones, pero la atmósfera tampoco era muy propicia que digamos. Más bien, existía una solapada rivalidad.
El concepto de covers estaba muy enraizado entre los músicos y el público, y si bien por aquí y por allá algunos hacían temas propios, no abandonaban la seguridad psicológica que ofrecía el acto de las versiones (garantía para captar seguidores).
Tenían canciones originales, pero todavía el plato fuerte de sus repertorios se basaba en las versiones. Lo que pasaba es que el rock en Cuba se había mantenido demasiado tiempo en esa línea y era difícil (o eso se pensaba) romper el esquema. Por demás, Venus estaba apenas surgiendo, había pocos espacios, y no era frecuente que se compartieran.
Recuerdo una ocasión en que ellos y Gens coincidieron en un concierto—ignoro quién invitó a quién—, en momentos en que Gens todavía hacía versiones a Los Beatles y Silvio junto a temas propios. Había tirantez, que se fue limando con el tiempo, supongo que en aras de perseguir objetivos comunes (que no tenían que ser los mismos para cada banda). Pero creo que solo el impacto de Venus, que generó un público significativo, volteó la tortilla y disminuyó las críticas y ataques, en la medida que empezaban a formarse otros grupos con una línea similar.
A mediados de la década, bandas como los mismos Gens o Los Takson también incorporaban canciones propias a sus repertorios. ¿Cree que haya respondido a una necesidad creativa o a la propia impronta de Venus y la competencia que representaba?
Supongo que era una necesidad que estaba en el aire, pero eso sería mejor preguntárselo a ellos de forma directa, aunque por lo que he leído y escuchado, integrantes de esas dos bandas en particular han mencionado que ellos fueron quienes abrieron esa dirección, ignorando el rol de Venus. Tal vez era el momento oportuno para decidir quitarse de encima el peso de copiar. No obstante, creo que no vendría mal una dosis de sinceridad por parte de los involucrados, pero ahí entraría una guerra de egos que prefiero mirar desde lejos. No solo apelo a mi memoria de los eventos: existen testimonios de que cuando Venus hacía su trabajo —marcado en lo fundamental por la renuncia a los covers— esas bandas seguían tocando versiones de otros. Después, poco a poco, se sumaron a la corriente. Si fue por necesidad creativa o para entrar en alguna supuesta lid, ellos dirán.
Tanto músicos como periodistas han hecho referencia a las presiones gubernamentales que recibieron los integrantes de Venus cuando el grupo comenzó a alcanzar renombre en La Habana. ¿Recuerda alguna acción en concreto?
En la etapa que estuve vinculado de forma extraoficial (1982-1985) las cosas no iban sobre ruedas, pero funcionaban dentro de todo el kafkiano universo burocrático-cultural de Cuba. Había presiones y malentendidos, pero, a fin de cuentas, el grupo transitaba, ensayaba y tocaba en foros (casas de cultura, el anfiteatro) que son instituciones oficiales. Cuando me desligué de Venus, sé que la situación se enrareció sobremanera, hasta límites que devinieron leyenda negra.
Dicen —nunca lo he visto— que hay una filmación de sus conciertos que se exhibía en escuelas presentándolo como algo nocivo para la juventud. Sería interesante rescatar ese material y verlo a la altura de lo que vino después. Lo que sí tuve en mis manos fue un documento emitido por el Centro de Estudios Sobre la Juventud con respaldo de la Unión de Jóvenes Comunistas y puesto a circular entre la militancia de esta última. Allí se distorsionaba por completo la labor del grupo: una sarta de mentiras, total falta de objetividad e incomprensión absoluta.
Que una institución con un peso ideológico como esa, se haya tomado el trabajo de redactar y difundir aquel panfleto es sintomático (a mi modo de ver) de que estaban asustados, como siempre, con lo que iba ganando una notoriedad que resultaba incontrolable para ellos. Veían enemigos donde quiera, y como tales nos trataban.
¿El hecho de que se resalten los atropellos sobre Venus significa que no existieron presiones contra otras bandas en La Habana?
No lo sé, aunque me atrevería a afirmar que fue una situación bastante pareja. Sería bueno preguntar a otras bandas. Pero pienso que la presión (indefinible a veces, pero cierta) estaba en el aire y todos, músicos y público, la sentían. Imagino que cada banda tenga su historia particular de presiones y atropellos, y cómo cada quien lidió con eso.
En esta época y en muchas otras son recordados varios incidentes en conciertos de rock que terminaban en peleas con la policía e incluso arrestos colectivos de músicos y público. ¿Hasta qué punto considera que estaba justificada la violencia? ¿Quién tiró la primera piedra?
Ahí creo que hay parte y parte. En realidad, nunca participé en peleas, ni siquiera en el Patio de María, donde a cada rato ocurrían broncas épicas con los guaposos vecinos de la zona. Pero creo que contra la gente del rock había muchos prejuicios, existía mucha tensión social acumulada y la gente se sacaba la chispa del cuerpo retando a cuantos le pasaran por delante, fuera policía o heladero.
También es un hecho que algunos agentes ejercían una violencia represiva por gusto, abusaban y hacía detenciones ilegales o arbitrarias, y llegó un punto en que los frikis empezaron a retar a la policía, a no dejarse pasar abusos. Y se armaban batallas campales. La violencia nunca estará justificada, ni de un bando ni de otro. Pero, a riesgo de parecer parcializado, a tu pregunta de quién tiró la primera piedra, puedo responderte así: «no fuimos nosotros».
Regresando al caso de Venus, ¿cuál cree que haya sido el principal legado del grupo?
Desde mi percepción, fue la primera banda cubana que prescindió por completo de los covers en su repertorio, y se apuntó a hacer solo temas propios y en español. En buena medida funcionó como un detonante, pues parte de la camada siguiente de bandas se formó con músicos que antes habían sido parte de su público.
Casi simultáneo a la separación de ese grupo, pero en el ámbito institucional, ocurrieron el lanzamiento del disco Ancestros, de Síntesis, y el estreno de la primera ópera rock hecha en Cuba, Violente. ¿Qué trascendencia tuvieron ambos eventos en el devenir del rock habanero?
Depende para quién… Como yo lo veo es así: Ancestros, más allá de sus incuestionables méritos musicales, fue usado por las instituciones como una punta de lanza para «bendecir» a un tipo de rock hecho en Cuba que, por un lado, estaba dentro de esa misma órbita «institucional» —los llamados grupos profesionales, en contraposición a los aficionados, desvalorizados en ese momento por la nomenclatura cultural del país.
Por otro lado, presentaba un híbrido entre rock y elementos de músicas tradicionales reconocidas oficialmente, que parecía más «adecuado» y «potable» que el rock propuesto por las bandas «de la calle», ya fuera en su versión mimética (los covers) o en el que ya estaban creando algunos, más identificados con las coordenadas reconocidas del género en el mundo. A ese disco se le dio un Premio EGREM —equivalente al Cubadisco de hoy— y se presentó con bombo y platillo. Ello equivalió a decir: «este es el rock que aceptamos, no el otro». Silencio para los demás. Pero, sin demeritar su significado, no creo que haya tenido repercusión alguna entre los cultores del rock en el país y sus líneas de trabajo.
En cuanto a Violente, fue un suceso local, habanero y, por tanto, con un impacto más reducido —solo para quienes pudieron verla en escena—, pues tampoco tuvo promoción, ni su música se escuchó fuera de las paredes del teatro. He visto a uno de sus autores sobredimensionar ese trabajo hasta extremos ridículos, lo cual me parece un sinsentido. Su mérito es innegable sin necesidad de inflarlo. Pero como referencia hipotética, quedó en el olvido. En ambos casos, pienso que Ancestros y Violente fueron trabajos muy valiosos, pero sin una trascendencia constatable en el rock que se siguió haciendo en Cuba.
En 1987 ocurrió también la fundación de la Asociación de Músicos y Artistas de Rock (AMAR), como iniciativa para aglutinar a todos los cultores posibles del género en Cuba. ¿Qué trascendencia le concede?
Desde afuera, diría que poca. Su intención más importante —legalizarse— nunca se cumplió. Organizaban sesiones de escucha de música, y se pretendió «unir» —algo imposible— a las bandas existentes bajo el estandarte común de su legalización. Alcanzó a hacer otras actividades, intentó funcionar durante un corto tiempo, pero al final no concretó su meta mayor.
Quizás pueda verse como el primer paso serio de unificación para los grupos que existían, pero creo estaba lastrada por los prejuicios externos y por cierta ingenuidad interior. De todos modos, creo que Cuba no necesitaba ni necesita con urgencia una asociación o agencia que aglutine a los músicos de rock. Las necesidades son otras y, desde mi punto de vista, siguen pendientes.
¿Cuáles son?
Miremos el asunto así. ¿Qué pretendía AMAR? ¿Qué resuelve la Agencia Cubana de Rock? La primera abogaba por la «autorización legal» de las instituciones para que las bandas pudieran existir, desde todos los puntos de vista. La Agencia resuelve algunos conciertos y un salario. ¿Algo más?
Cuando digo que el rock necesita mucho más, hablo del manejo de conceptos acerca de cómo se desarrolla la escena, la carencia de debates teóricos —no esa apariencia de los mismos que programan en cada evento—, la intermitencia en la promoción en todos los sentidos, las dificultades con los medios técnicos (instrumentos), la ausencia de una libertad plena para crear e interactuar sin restricciones de la manera que entienda cada quien (dentro de los marcos de la legalidad). Creo que son lastres importantes, y de ellos apenas se habla.
A raíz del surgimiento y consolidación de otras bandas noveles surgió la iniciativa del Patio de María, que comenzó a funcionar en diciembre de 1988. ¿Cuán importante cree que fue espacio?
En momentos bien áridos, fue un sitio estable, desprejuiciado, inclusivo, que respaldó a bandas de rock con diferentes estilos y no sólo de heavy metal, como algunos creen. Ofreció espacios para ensayos, conciertos y peñas diversas, y allí coexistieron trovadores, actores de teatro, poetas, pintores, escritores, rockeros, en un ambiente bastante abierto. Incluso, llegó a contar con representación internacional en su escenario.
Por demás, no era un lugar idóneo —tenía muchas limitaciones tecnológicas y logísticas— pero fue un oasis necesario durante unos cuantos años. En cuanto a María Gattorno, la considero alguien con la capacidad de comprensión y entereza como para echar una pelea desigual desde su modesta posición en una casa de cultura perdida en la capital. Ese detalle, dimensionado de distintas formas según cada quien, la convirtió en un benéfico referente hasta hoy.
Ya para finales de década e inicios de los noventa existió una mayor apertura hacia el rock y comenzó a cristalizar la escena, tanto por la diversidad de estilos en las bandas como por el crecimiento del público. ¿Qué condiciones cree que posibilitaron ese cambio de contexto?
Habría que consultar con los músicos que se implicaron en eso. Resulta curioso que, en una época de crisis socioeconómica total como lo fue la de los años noventa, se haya dado tal florecimiento en cantidad, calidad y diversidad de agrupaciones. En cierta medida, creo que fue la consecuencia lógica de lo que se había comenzado a gestar en el decenio previo, y que a su vez implicó un movimiento de confrontación.
El inglés retornó con fuerza en los repertorios (ya no a través de los covers, sino de las canciones propias), y es indudable (viendo la actualidad) que a la postre venció en esa pelea. También se debe recordar que la asfixia económica nacional provocó que el gobierno levantara una serie de restricciones absurdas y contraproducentes, para aflojar la presión social. Se tomaron medidas como la despenalización de la tenencia del dólar, y tal vez esas decisiones fueron influyentes en ese despertar.
Ello no implicó que las condiciones materiales fueran mejores, sino al contrario. En ese sentido, ¿cuáles fueron los principales desafíos para el movimiento en los noventa?
Antes de hacer música había que sobrevivir. Creo que ese fue el mayor desafío, el de los individuos, con el arte, el rock, como paliativo en momentos en que muchos valores se estaban desmoronando.
¿Ocurrió en esa época un cambio en el tratamiento del rock en los medios de comunicación?
Habría que discernir entre el tratamiento dado al rock internacional y al hecho en Cuba, pues cada uno transitó por vías distintas y no siempre coincidentes. Por la parte nacional, los noventa trajeron una mayor producción de maquetas, y discos —independientes, oficiales, artesanales—, y eso ya fue un factor a tener en cuenta, pues los difusores disponían de una mayor cantidad de material para promocionar.
Además, a los medios estatales habría que añadir los fanzines, que surgieron también en esta etapa y, con distintos enfoques, impulsaron la escena. Diría que en los noventa se afianzó, todavía a niveles mínimos, la presencia del rock en algunos medios de difusión, aunque continuaban la reticencia, los malentendidos, las órdenes «desde arriba» y las prohibiciones (que no fueron exclusivas para el rock, por cierto).
En 1990 comenzaron a gestarse los homenajes a Los Beatles en el que sería unos después el Parque John Lennon. ¿Qué impresión le causaron?
Al margen de que no hay iniciativa que escape a cierto control estatal y burocrático (permisos y compañía) recuerdo que los dos primeros homenajes a Lennon (1990 y 1993) tuvieron un toque de espontaneidad muy disfrutable, sobre todo el primero. Se respiró un ambiente marcado por el factor convocante principal: la música.
En ese momento, la elección del parque del Vedado tenía más un simbolismo estético y nostálgico, pues por allí se reunían en los sesenta muchos simpatizantes de Los Beatles. El hecho de trasladarlo en el año 2000 a la Tribuna Antimperialista implicó, además de una pesadilla logística (es un sitio concebido para cualquier cosa menos para conciertos, por su ubicación y lo que implica a nivel acústico), una carga política y de abierta manipulación y apropiación de algo que surgió —como idea, al menos— al margen de las instituciones.
Para mediados y fines de la década, las disqueras cubanas e internacionales comenzaron a interesarse en algunas bandas de rock. En el caso nacional, la EGREM presentó el primer compilatorio de rock nacional, Saliendo a flote, y Bis Music produjo el CD Vendiéndolo todo, del grupo Lucha Almada. ¿Qué factores cree que influyeron en este cambio de orientación de los sellos discográficos?
A río revuelto, ganancias para el pescador. Las disqueras nacionales trataron de montarse en el carro de lo que estaba pasando, pero por lo general no tenían la menor idea de qué hacer con esos grupos y discos. Los resultados estuvieron pronto a la vista: mala promoción, grabaciones casi siempre mediocres en el aspecto técnico, apoyo nulo o insuficiente a las bandas.
Es curioso que en estos años bandas como Tendencia y solistas como Athanai recibieron poco apoyo y promoción en Cuba hasta que su obra interesó a productores y medios de prensa extranjeros, y me pregunto si no existe en nuestro país una personalidad o institución cultural con un criterio estético válido y debe esperarse al reconocimiento internacional para ser «alguien».
La labor de los cazatalentos en el mundo musical es vital, porque no siempre quienes manejan las disqueras pueden estar al tanto de lo que va ocurriendo. En Cuba ese rol se puede decir que no existe, de manera que muchos discos se terminan grabando más bien por consideraciones extra musicales —políticas o favoritismo personal— que por criterios estéticos.
Ahora bien, tampoco es que después de ser «descubierto» por un productor extranjero, todo el camino en Cuba se haga más transitable. La promoción sigue siendo un punto flaco. No conozco las interioridades de las disqueras nacionales (ni quiero hacerlo) pero pienso que su asesoría en ese aspecto es casi inexistente.
A raíz de la apertura artística y la llegada de las producciones de rock cubano al exterior, algunos grupos como Havana o Rhodas viajaron para ofrecer giras y conciertos, y terminaron asentándose fuera de Cuba. A lo largo de la historia ha sido un fenómeno bastante común en la escena nacional y muchas veces sucede que esas bandas finalizan su carrera poco tiempo después. ¿Es esto un indicio de que el rock nacional no tan bueno como para triunfar más allá de nuestras fronteras?
Es un tema que tiene varias aristas. En la actualidad el rock internacional mediático, es más una industria cultural que un sonido, e insertarse en él requiere de muchos elementos, más allá del talento interpretativo o compositivo. También eso tiene que ver con las expectativas de cada quien. Si alguien cree que saliendo de Cuba va a llegar a tal escaño y no lo hace, se sentirá mal. Pero la música no es una competencia, a ver quién llega más alto en las listas o algo así.
Por otro lado, a nivel mundial hay mucho rock que existe por debajo del tapete. Si alguien piensa que el rock actual (o de cualquier época) se reduce a la punta del iceberg más conocida, está en un error. Asimismo, hay que ver si quienes emigran están interesados en continuar defendiendo la misma propuesta que trabajaban en la Isla, si tienen otros intereses (que no tienen que ser siempre estáticos) o si el cambio de circunstancias los lleva hacia otro lado.
A una etapa de marcado interés de las disqueras foráneas le sucedió una más discreta en ese aspecto. ¿Cuál considera que es la causa de ese decrecimiento?
En realidad, pienso que no decreció, sino que se diversificó. De hecho, todavía hoy existe y gracias a algunas de esas disqueras extranjeras, hay bandas cubanas que han logrado acceder a cierta porción del mercado mundial. Pienso que hoy se graban más discos de rock en Cuba que nunca antes. Lo otro es ver qué pasa con ellos una vez culminado el proceso industrial.
Volviendo a un tema que abordamos hace un rato: el nuevo siglo arrancó con cierto optimismo para los rockeros, pues en diciembre del 2000 se develó una estatua de John Lennon en El Vedado y el mismo Fidel Castro asistió a la ceremonia. Para algunos intérpretes y figuras de la intelectualidad, este acto trascendió como un acto de rectificación y el inicio de una etapa de apoyo hacia el rock. ¿Cómo lo entendió usted?
Como apuntas, hay quienes lo ven como una disculpa simbólica y otros lo interpretaron como una muestra de reconocimiento oficial al rock. Para mí fue un oportunista montaje teatral, donde el sonido real de Los Beatles no tuvo presencia —la música fue aportada por variantes del mismo—, los verdaderos fanáticos del cuarteto fueron relegados detrás de unas vallas, y los privilegiados asistentes se sentaron cómodamente bien cerca, con caras de «aquí no ha pasado nada», aun cuando muchos, durante décadas, estigmatizaron o permitieron toda clase de atropellos contra sus cultores y seguidores.
El acto no se hizo para reconocer el valor de esa música, ni para ofrecer disculpas a su público, sino que marcó el inicio de un proceso de reconversión de la figura de Lennon: lo despojaron de sus aristas polémicas, y tergiversaron su legado hasta transformarlo en una especie de santurrón socialista o en el paradigma político que en realidad no fue.
Las palabras de Abel Prieto en aquella ceremonia son elocuentes al respecto. En mi libro Hierba Mala: una historia del rock en Cuba, incluyo un fragmento:
No creo que le hayamos hecho la estatua a una figura de la música (…) Fue una estatua al soñador… al hombre de ideas políticas avanzadas, al hombre de vanguardia que no se dejó manipular por el mercado artístico que manipula tanto y a tanta gente ha anulado. John Lennon era un hombre de ideas muy avanzadas. Y era importante que no quedara como la escultura de un peludo, como una especie de homenaje póstumo a uno de los grandes fundadores de Los Beatles. Nuestro monumento a Lennon es mucho más que eso.
No obstante, dejo claro que todo esto es mi criterio. Quizás quienes estaban cerca o detrás de las vallas fueron felices así y opinan de otro modo, lo cual me parece válido.
Tres meses después de esa ceremonia ocurrió el concierto del grupo Manic Street Preachers y una vez más sorprendió la presencia de Fidel en un recital de rock. ¿Asistió al evento? ¿Mantuvo este show la misma proyección que el homenaje a Lennon?
En realidad, no sabría bien si decir que fui o no fui. Me marché a la cuarta o quinta canción porque su música no me atrapó, así que diría que «casi no estuve». En general, el ambiente en el Karl Marx estaba muy enrarecido. Eran tiempos en que muchos de esos conciertos los llenaban con «personal programado» (estudiantes de Medicina o trabajadores sociales), de modo que el público real de rock quedaba a veces en desventaja numérica, mientras otros no alcanzaban a entrar ante ese «lleno» ficticio.
Por otro lado, la presencia de Fidel allí significó, entre otras cosas, un desacostumbrado despliegue de guardaespaldas, agentes y policías vestidos de civil, sin la menor idea de cómo es la dinámica en un espectáculo de rock. Eso se tradujo en medidas arbitrarias y entorpecedoras, por ejemplo: exigían que las personas que salían un momento a fumar lo hicieran en los baños, a fin de tener el lobby despejado, con lo cual generaban un caos. ¿Te imaginas veinte personas fumando, encerradas en un baño? Aquello provocó discusiones y malestares, así que, viendo el panorama, opté por irme. Por cierto, no fui el primero.
Dos años más tarde, la Tribuna Antimperialista acogió el concierto del grupo Audioslave, cuyos integrantes eran también conocidos por su activismo político y críticas al sistema estadounidense. Me parece curioso que tanto ellos como los Preachers compartieran una ideología política afín al proceso revolucionario cubano, y me pregunto si ese pensamiento habrá influido en la decisión de apoyar su presentación en el país.
No tengo idea de cómo se maneja eso por las instituciones implicadas. Supongo sean los oscuros entresijos de la política cultural, donde se decide quién sí y quién no. Que varios de los artistas que ofrecieron conciertos por esos años, y en los siguientes, tengan una inclinación más o menos abierta hacia la izquierda, es algo que escapa a mi conocimiento, pero tampoco me preocupa.
No le pido el carnet a un músico para comprobar su militancia ideológica y decidir luego si su obra me va a gustar o no. Puede ser que las instituciones utilicen ese tipo de filtro, pero no lo sé.
Entre un concierto y otro, cuando la atmósfera parecía favorable para el rock, el Patio de María fue clausurado de forma abrupta. ¿Qué significó este hecho para el movimiento?
Hay que tomar en cuenta que, como mencioné, el Patio había funcionado mucho tiempo como el único sitio estable para el rock, con una programación balanceada entre las diferentes líneas del género, y con una imparcialidad que no se ha logrado recuperar. Así que cerrarlo fue anular todo eso, incluyendo el sentido de confianza y pertenencia que se había generado entre los seguidores.
Por otra parte, la manera en que se clausuró fue un detonante extra. El secretismo de siempre, el «no hablar claro» típico de las autoridades, no facilitó las cosas. Recuerdo que circuló una petición de firmas para una carta dirigida a los encargados del asunto, con el objetivo de dilucidar lo sucedido y propiciar la reapertura. Por supuesto, nada funcionó, así que el Patio pasó a integrar la mitología del rock cubano.
¿Cómo afrontaron los frikis esa pérdida?
Por parte de los músicos se buscaron alternativas (institucionales, la mayoría) de otros sitios donde hacer conciertos, pero estos carecían de sistematicidad (que era algo que el Patio de María garantizó casi sin sobresaltos). El público quedó bastante huérfano por un tiempo, hasta la creación de la Agencia Cubana de Rock y la apertura del Maxim Rock.
¿Cuán importante fue la fundación de la Agencia Cubana de Rock?
Creo que lo más importante fue que le dio visibilidad y reconocimiento institucional a un segmento del rock, profesionalizando agrupaciones y gestionando actividades en su sede. Diría que ese fue el lado positivo. A su vez, generó un cisma entre los grupos pues, aunque la Agencia se asume como una entidad nacional, no tuvo representatividad fuera de La Habana, lo cual conllevó un alud de críticas.
Por otro lado, no conviene olvidar que, para los efectos legales, si una banda está fuera de la Agencia o de los diversas centros y empresas profesionales, prácticamente no existe, o implica una existencia muy azarosa en todos los sentidos. Así que, en algunos aspectos, su creación devino arma de doble filo con la cual aún se está lidiando.
Entonces no considera que resolvió las problemáticas respecto al rock…
Depende de las problemáticas de cada quien. Si alguien quería tocar y que le pagaran un sueldo por eso, la Agencia cumplió su cometido para él. Pero, como apunté antes, pienso que hay muchos más problemas que solo recibir un salario, o tener un lugar donde presentarse con facilidades tecnológicas.
¿Cómo valora la gestión de la Agencia hasta el momento?
Ha hecho bastante, tomando en cuenta sus limitaciones generales, los conflictos internos por los cuales ha atravesado, y el contexto social actual. Pero las expectativas casi siempre suelen ser superiores. De todos modos, es una respuesta que deberían dar los músicos, tanto los que la integran como los que no, pues todos, de un modo u otro, han tenido que enfrentar sus pros y contras. Pero, en general creo que ha sido un saldo positivo, si se compara con lo que existía antes.
Ya que menciona a los músicos, ¿cree que podamos hablar de un rock cubano o solo de rock hecho en Cuba?
La trampa está en el significado que se quiera dar a esos calificativos. Habría que intentar definir qué se entiende por «rock cubano» pues, en todo caso, lo de «rock hecho en Cuba» queda más o menos claro.
La etiqueta «rock cubano» tiene muchas aristas y genera bastante controversia. Sería tema para la musicología y la antropología tratar de llegar a un consenso en torno al término, pero ni siquiera así se podría garantizar unanimidad ni reconocimiento por parte de los mismos que lo cultivan. Por una cuestión pragmática, prefiero hablar de «rock en Cuba».
¿Considera que el rock ha enriquecido o distorsionado las tradiciones musicales cubanas?
Depende del punto de vista de cada quien, pues hay puristas en ambos bandos. Creo que, en la mezcla del rock con algunas tradiciones musicales del país, no siempre los resultados han sido óptimos. Pero imagino que quienes lo han hecho piensen de otra manera. Tampoco hay muchos ejemplos de esa fusión: las bandas en Cuba tienden a mirar más hacia afuera a la hora de buscar referentes.
Un fenómeno interesante de este siglo es la fiebre creciente de las bandas que interpretan versiones, cuyo trabajo rivaliza en cantidad de seguidores y apoyo institucional a los artistas con repertorio propio. ¿Qué factores han propiciado esta situación?
Antes de responderte, debo aclarar que el acto de hacer versiones ha estado siempre presente en la música, y el rock no ha sido ajeno a eso. A nivel internacional existen bandas-tributos e incluso se hace la revisión total de determinados discos. En Cuba siempre existieron grupos dedicados a eso.
Las ganas de tocar versiones no desaparecieron del todo, ni entre los músicos, ni entre el público. Entonces, cuando en los últimos años se abrieron sitios (gastronómicos) tolerantes a la presencia del rock, y existiendo un público solvente desde el punto de vista económico —que, además, por edad, había vivido gran parte de las represalias por escuchar esa música— es lógico que algunas agrupaciones se volcaran a intentar copar ese nicho de audiencia.
Opino que hay grupos que lo hacen por afinidad artística en primer lugar, y otras lo hacen para garantizarse la supervivencia.
¿Y esa vuelta al punto cero no perjudica al desarrollo del rock nacional?
Para saberlo, habría que determinar qué se entiende por rock nacional. ¿Es toda la gama de opciones que admite esa música, o solo unas cuantas? Porque para mí, el cover no es ni más ni menos que una de ellas. En concepto de arte, tocar la música de otros no debería verse como una renuncia a lo nacional, porque entonces habría que preguntarse cuál es el rol de las orquestas sinfónicas, cuyos repertorios se conforman por una mayor presencia de obras extranjeras. ¿Se acusa a estas agrupaciones de perjudicar el desarrollo del sinfonismo nacional?
Creo que se puede dejar en paz al rock con sus versiones. ¿Qué la reproducción indiscriminada de covers no implica la creación de material propio y, por tanto, no se genera un producto estrictamente nacional? Es muy posible. Pero mientras los músicos no entiendan eso —o no les interese— y mientras las circunstancias no sean idóneas, habrá que ver a esa zona del rock, los covers, como una parte más de toda la escena.
¿Por qué cree que se apoyen tanto?
En realidad, no creo que «se apoyen tanto». Las instituciones culturales financian festivales, discos, eventos, en todo el país, le dan un apoyo (mayor o menor) y rara vez admiten covers. Los grupos de este tipo sobreviven en sitios estatales o privados, con una audiencia limitada. Hay que tomar en cuenta el factor económico, donde hoy se exige una rentabilidad que casi nunca se consigue a base de material propio, y ya ahí entra a jugar su rol el público.
Mi experiencia no es amplia, pero en los últimos años, cuando me he acercado a un concierto de una banda con material propio, la escasez de público salta a la vista, incluso en eventos gratuitos. Así que, no pienso que desde el Estado haya un apoyo mayor hacia los grupos de covers.
Otra preocupación de muchos creadores y del público es la tendencia al decrecimiento de la escena, evidenciado en la pérdida de convocatoria y el menor número de espacios de creación. ¿Qué ha sucedido en este siglo con respecto al anterior que ha desembocado en la crisis actual?
En los noventa había más dispersión, porque el rock no estaba centralizado. Nadie se hacía cargo oficialmente de él, así que eran muchas voluntades independientes trabajando y buscando espacios y soluciones a la vez. También influyó que los grupos no eran tan exigentes como ahora en cuanto a condiciones logísticas y técnicas. Sin embargo, el hecho de concentrar bandas en la Agencia y que esta se encargue de armar las programaciones, así como disponer de un espacio oficial, el Maxim Rock, es lo que ha llevado a que otros espacios de La Habana (dígase casas de cultura, Pabellón Cuba y anfiteatros) se cierren al rock.
La pérdida de convocatoria es palpable, y desconozco las razones, pues sé que los grupos (al menos, la mayoría) se esfuerzan por ofrecer lo mejor que pueden. Algunos se quejan del aumento de los precios (no sólo en las áreas de la cultura: la vida entera se ha encarecido). Pero ni siquiera los eventos libres se llenan, salvo que se trate de alguien de renombre internacional, como The Rolling Stones, por poner un caso. Hay una abulia manifiesta en el público, un cambio de paradigmas quizás… Trabajo para los sociólogos nacionales del rock.
Además de las dificultades económicas y presiones gubernamentales, es un hecho que ha faltado unidad y sobran prejuicios internos en el movimiento de rock cubano. ¿Se logrará en algún momento tener una escena cohesionada donde bandas de diversos estilos puedan coexistir, o son demasiadas las diferencias?
¿Y quién quiere una escena «cohesionada»? ¿Para qué? ¿Qué significa esa «cohesión»? ¿Se sabe si los cultores de un estilo quieren estar «cohesionados» con los exponentes de otros? ¿Los punkis quieren estar «cohesionados» con una banda de rock progresivo como Anima Mundi? ¿Combat Noise quiere estar «cohesionado» con los grupos que fusionan el metal con rumba? ¿Cuál sería la ganancia de esa supuesta cohesión? En lo personal, no creo haga falta para nada. Soy partidario de la libertad creativa, sin necesidad de homogenizar una escena.
¿Hasta qué punto el rock cubano ha sido contestatario o antisistema? Más bien, ¿ha tenido el rock nacional alguna ideología definida?
En mi percepción, el rock es solo uno de los reflejos de la sociedad y del sector etario que se asocia con él, casi siempre juvenil, aunque ya hay varias generaciones que comparten el gusto por esa música. Como reflejo social, el género en Cuba ha asumido clichés que van de la indiferencia al oportunismo, con todo lo que quedaría en el medio. No creo que el rock tenga como objetivo último ser anti-algo.
Pero, contestatario, lo que se dice contestatario… salvo Porno Para Ricardo, y esta o aquella canción de tal y más cual grupo, no creo se pueda rastrear indicio alguno de esa línea. Pienso que el rock cubano, como manifestación artística, es apolítico, aunque eso sea también una actitud «política» en un país donde todo, desde el deporte hasta un batido de mango, pasa por los infinitos filtros de la política.
Una demanda de los seguidores del rock siempre ha sido la mayor presencia de las bandas y su obra en los medios. ¿Por qué no se cumplen las expectativas del público?
Influyen muchas causas. Así como en los medios hay personas capacitadas para promover el rock (al margen que lo hagan por afinidad estética, faranduleo o inercia) hay también desconocimiento, desinterés, subestimación, apatía. Hay reticencia institucional para apoyar la difusión de esa música, sobre todo de la concebida internamente en el país. Para muchos, es más fácil opinar sobre artistas extranjeros, y es a lo que se dedican, salvo que se vean presionados a hablar, escribir o promover material nacional.
Además, tampoco hay que olvidar a los fanzines que, si bien en los noventa fueron vitales —más allá de esta o aquella divergencia conceptual— hoy no son ni la sombra de lo que se hizo antes: distan de ser autocríticos, embotaron cualquier actitud polémica y ahora parecen solo interesados en divulgar lo que ocurre afuera. Lástima…
¿Por qué cree que las pocas investigaciones sobre rock realizadas desde Cuba se interesan más por el estudio de lo foráneo?
Es más fácil hablar sobre alguien del exterior, que no podrá reclamar nada o no se enterará (si la crítica es mala), ni le va a reportar algo bueno (si es favorable). En alguna medida esa predilección por lo foráneo se trata de justificar con el hecho verídico de que en Cuba no ha existido una difusión sostenida de esa zona del ámbito rock.
Por otra parte, muchas veces esos mismos que hablan del rock internacional, no conocen mucho sobre la escena en el país. Además, apenas hay fuentes documentales fidedignas a las cuales acudir para realizar una investigación. Ignoro cuál es la postura de la academia ante este déficit y, de hecho, ante esta música gestada en el país y todo su entorno sociocultural.
Hasta el momento tiene publicados tres libros sobre la historia del rock en Cuba. ¿Cómo ha trascurrido el proceso de negociación con las editoriales, dado el desinterés general en torno al tema y su estatus de investigador independiente?
Después de una serie de 24 programas sobre la historia del rock nacional en Radio Ciudad de La Habana, me decidí a trasladar esa experiencia a un libro. Cuando creí haber acumulado suficiente material en mi investigación (que, más tarde me di cuenta, era apenas la punta del iceberg) lo presenté como propuesta al Instituto Cubano del Libro, a fines de 1996. Me dieron luz verde y demoré algo más de un año para escribir el texto. Lo entregué en junio de 1998 y empezó un lento, pero implacable proceso de peloteo.
Desanimado, lo retiré a fines de 1999, y tiempo después, un amigo sugirió probar suerte en Ediciones Musicales Atril, que funcionaba como parte de Producciones Abdala. Allí estaba al mando el cantautor Noel Nicola, a quien ya conocía. Este aceptó la propuesta y todo se hizo bastante rápido, gracias a su gestión y a la del editor Manuel González Bello. Al final, El rock en Cuba se presentó en la Feria del Libro de 2002.
Una década después, ya residiendo en México, mi esposa me insistió que retomara el proyecto, así que reescribí ese primer libro en casi un 80%, lo actualicé y corregí los errores de la primera edición. El resultado fue un libro, basado en el anterior, pero suficientemente ampliado como para valorarlo como algo nuevo.
Dadas sus proporciones, lo separé en dos volúmenes independientes y complementarios. Hierba Mala: una historia del rock en Cuba —título original que la editorial no había aceptado en su momento— es una especie de ensayo cronológico e histórico desde 1956 hasta 2013; mientras Parche: enciclopedia del rock en Cuba, es una recopilación de breves fichas biográficas y fotografías de los intérpretes hasta 2015.
Después de sacarlos de manera independiente y autofinanciada a través de mi sello, NialaNai, propuse ambos textos a sendas editoriales cubanas (Ediciones La Luz, de Holguín, y la Casa Editora Abril), que los publicaron en 2015 y 2019, respectivamente). Mi interés principal era que el público cubano, su lector natural, accediera a ellos. Así se concretaron versiones corregidas, ampliadas y actualizadas para el territorio nacional. Pese a no entender sus mecanismos de comercialización en el país, tengo entendido que la edición cubana de Hierba Mala está agotada, y Parche se presenta y distribuye en festivales y eventos con un perfil afín al género, aunque de manera bastante caótica.
De todos modos, siempre aclaro que se trata de un hobby, puesto que no me dedico a eso (estoy desempleado) y que es una investigación que nunca termina. Sigo recopilando información, fotos y cualquier material relacionado con el rock en Cuba, enfocándome y analizando otros puntos de vista, aprendiendo sobre la marcha.
Teniendo en cuenta que el movimiento del rock nacional comenzó a adquirir una identidad a partir de los ochenta, ¿cuáles serían a su juicio los hechos o momentos más importantes para la evolución del rock en La Habana desde esa fecha hasta el presente siglo?
Pondré algunos, sin un orden de prioridad o importancia: la labor de Venus; la existencia del Patio de María; la creciente proliferación de festivales a nivel nacional, incluso en ciertos casos con representación foránea. También el trabajo de los fanzines como medios independientes de divulgación y contrapartida a la nulidad editorial institucional; la sucesiva profesionalización de bandas en distintas empresas artísticas (como preludio a la posterior creación de la Agencia), y la diversidad estilística existente en la mayor parte de los años noventa, así como los incipientes ejemplos de una discografía general.
¿Y los obstáculos?
El desconocimiento crónico por parte de los funcionarios que se supone deben apoyarlo, los prejuicios sociales acumulados por años, las broncas internas entre las agrupaciones, la paulatina pérdida de interés entre el público, la ausencia de debate y análisis, los cortapisas para la libertad creativa y el encasillamiento conceptual de muchos cultores y seguidores.
¿Qué importancia le concede a la promoción de rock internacional?
La necesaria para mantener actualizado al interesado nacional. En una actualidad, donde las interconexiones son el pan nuestro de cada día, es perjudicial vivir de espaldas al mundo.
¿Y a la nacional?
La indispensable para garantizar un apoyo, y hacer valer su existencia. Sobre todo, entender al rock hecho en Cuba como parte del patrimonio cultural de la nación.
¿Cómo vislumbra el futuro del rock hecho en el país?
No soy oráculo, pero creo que su capacidad de sobrevivir en un medio hostil o poco amigable está más que demostrada. Así que me gusta pensar que habrá rock para un buen rato más. No obstante, su supervivencia está atada a las condicionantes que determinen el futuro de la sociedad civil nacional, con todo el tira-y-afloja que se está viviendo hoy y que marcará en gran medida lo que sucederá mañana.
Después de cuatro décadas de investigación, ¿qué significa en lo personal estudiar la historia del rock en Cuba?
Fue, es y seguirá siendo un hobby, apasionante y complejo, pero hobby. Nunca he vivido de eso, aunque le he dedicado más de dos tercios de mi vida. Tampoco jamás he contado con el apoyo de ninguna institución cultural cubana, lo cual me ha dado la ventaja de la independencia, si bien a la vez significa cierto hándicap.
Es un hobby difícil por la cantidad de historia irremediablemente perdida, más otro montón de percances que entorpecen el camino. Pero lo asumo como mi manera de reconocer y agradecer a las personas que han hecho esa música en Cuba.
¿Cuánto falta por estudiar?
Creo que mucho, y desde diversos ángulos: musicología, sociología, historia, estudios culturales. Son aristas y eventos muy distintos, que requieren miradas diferentes. Sin embargo, no veo a las academias muy interesadas en el tema.
Quizás es que, en verdad, no es interesante. ¿Quién sabe? Tampoco percibo mucha motivación por parte de músicos, promotores y público. Pienso que lo poco que se está estudiando responde a decisiones individuales de las personas que lo asumen, más que a una intención motivada por las escuelas u organismos de la cultura.
Y a Humberto Manduley, ¿qué lo motiva?
El hecho mismo de que la historia se sigue haciendo día a día y el pasado necesita ser rescatado. Por demás, es difícil renunciar a un pasatiempo de tantos años, así que aquí sigo, perseverando.
La Habana, enero y marzo de 2020