Los Últimos Frikis, el aclamado documental de Nicholas Brennan sobre la historia del grupo Zeus, deja en mí una sensación agridulce, y quizás las palabras que siguen puedan herir las sensibilidades de algunos.
Estrenado en 2019 y protagonista de varios titulares de la prensa internacional durante la última semana, el filme relata la trayectoria de la banda más antigua del metal cubano, y la forma en que ha debido adaptarse a las condiciones de un país en extremo particular.
«Somos los últimos frikis de La Habana», dice al inicio del filme Dionisio Arce, el vocalista del grupo; y justo ahí comienzan los problemas. No negaré que la frase es poderosa y entraña esa lucha épica del David contra el Goliat, de una banda contra un mundo hostil hacia ella. Engancha y vende. Pero no: los Zeus no son eso que el título pregona.
Quienes tienen una mínima noción sobre la historia (y el presente) del rock y el metal en Cuba, encontrarán atractivo el nombre de la cinta, pero también notarán la inexactitud o la molestia. A riesgo de ser exagerado, diría que es un título irrespetuoso (aunque sin intención) hacia la escena cubana, porque no hace falta omitir a las decenas de bandas y miles de frikis de hoy, para otorgar protagonismo a Zeus, aun si la dramaturgia pide enfocarse en ellos.
Con tres décadas de carrera y una resistencia incuestionable, el nombre de estos veteranos brilla por sí mismo en la historia de metal nacional. No hacen falta calificativos sin rigor histórico y alejados de la realidad para contar una historia que por sí misma vale la pena. Sobre todo, porque cometiendo ese desliz, se puede caer en el riesgo de presentarle al mundo un relato a medias y descontextualizado, y nada en este planeta transcurre en una burbuja.
Los Últimos Frikis por dentro
Pero vayamos al documental, porque ya va siendo hora de que Diony sonría, el rótulo se funda en negro y comience la historia de Zeus. Y comienza, tras ubicarnos en La Habana, con la presentación de sus miembros actuales, quienes construyen el relato de la banda a partir de sus recuerdos, rutinas, anécdotas y reflexiones.
Si en algo acierta el director, llegado a este punto, es en humanizar las figuras de los músicos y potenciar sus virtudes en cámara (hasta donde puede). Resaltan, entonces, el carisma y valentía de Diony (voz), la calidez y franqueza del Longa (batería), la seriedad de Yamil (bajo) y la templanza de Hansel e Iván (guitarrras).
Ese acercarmiento, sin embargo, no salva al documental de altibajos narrativos, ideas inconexas, movimientos bruscos de cámara y escenas conectadas una y otra vez por el mismo tipo de transición: el paisaje habanero de turno. Y esto, el plano innecesario, abunda en el filme y ralentiza su desarrollo. Sobran en muchos casos los escenarios de parques, paradas de autobuses, niños jugando, almendrones, carteles propagandísticos y medio minuto de un fumigador visitando la casa de Dionisio.
Destacable, eso sí, es el uso de las tomas de concierto para abordar la «verdad prohibida» que no cuentan de forma explícita los protagonistas, y las imágenes de archivo en secuencias como la de Venus, los pioneros del heavy en Cuba. Allí, entre los recuerdos de la banda tocando y los jóvenes bailando, un Diony de 22 años explica las problemáticas en torno al rock (¿las mismas que en estos tiempos?), y el director pasa a abordar, aunque con pinzas, los límites de la crítica social en la obra de un artista.
“Tú puedes criticar, pero no te puedes pasar», dice el frontman de Zeus, y da con una de las claves del film: el rock, una vez censurado y reprimido por el gobierno y las instituciones cubanas, es ahora tolerado, aceptado, apoyado… bajo condiciones, bajo reglas, bajo control. Nada escapa a la política. No lo hace la Agencia Cubana de Rock, ni Zeus, y ni siquiera el propio cantante, que durmió en la cárcel una vez por ser friki y fue condecorado después por la misma causa que lo marginó.
Y justo aquí, cuando se retoma el hilo con la incorporación de Diony al grupo, se notan con claridad algunas lagunas del guion. Nos percatamos de que poco o nada se conoce de la historia de Zeus antes del cantante, no nos queda claro que pasaron diez años entre su entrada a la banda y la fundación de la Agencia, y casi ni nos enteramos (solo hay par de menciones casuales) que existen otras agrupaciones en Cuba.
Descubrimos, en cambio, que el gobierno y las instituciones no son el único desafío para Zeus, y la gira por sus 25 años lo demuestra. La preferencia juvenil por el reggaetón y un público friki algo mermado, colocan en primer plano el otro conflicto del film: los tiempos cambian, y los Zeus tienen que aceptarlo. Decepcionados y cabizbajos, regresan a la capital y protagonizan el momento más dramático del film: esa retirada que sugiere el fin de un ciclo.
Pero años más tarde, en 2018, Brennan regresó a Cuba y continuó las filmaciones, en un contexto más cambiante en el que la banda, poco a poco, va recuperando el camino. ¿Y qué mejor manera de cerrar la historia que con «Hermano», uno de los himnos de la banda? El director lo sabe (o se lo comentaron) y por fin explota algo al máximo: la música, en cuya composición está también la mano de la leyenda del thrash metal, Dave Lombardo (ex Slayer).
Los Últimos Frikis termina de forma conmovedora, y quizás, con esa apelación a lo sentimental, Brennan alivie buena parte de las carencias de su cinta. Pese a los altibajos mencionados, tiene el mérito de atreverse a contar una historia que merece ser conocida, de reflejar cómo influye un sistema en la construcción de la identidad individual y de mostrar al mundo la existencia del metal en Cuba. ¿Que no es el documental que esperaba? Es cierto. ¿Que hay que verlo? También.