
En su camino al concierto del domingo, el último del Rock de La Loma, Robin Fajardo tiene por delante la presión que no siente hace mucho. En pleno show de la noche anterior, los sonidistas apagaron el audio y Metastasys debió parar, porque a las 2:00 a.m. debían cerrar el local. Pero el grupo, más que un trago amargo, tiene dos preocupaciones: el domingo es un día flojo. Y a Robin le duele la garganta.
«¿Vas a cantar ‘Social Metastasys’?», pregunto temprano en la mañana, y la duda asoma en su rostro. «Vamos a ver qué sale», dice con voz enterrada y agarra un mejunje de salvia que —espera— ayudará su faringe. Pero esa noche, además del cocimiento, Robin Fajardo tendrá otro refuerzo.
«Les voy a pedir que me acompañen en este tema», brama el cantante en la noche, y entre la audiencia y la banda, en un coro de voces que es más que quienes gritan al unísono, se escucha el reclamo cantado: «Y hasta cuándo vamos a aguantar, y hacia dónde vamos a parar. Y este infierno y esta destrucción. ¡Social Metastasys!»
Y Metastasys, el grupo de Contramaestre, los frikis del «metal palestino», transitan del miedo a la fuerza, del golpe al efecto, del revés —perdonen la frase hecha— a la victoria. «¿Tú ves?», me dice un amigo. «Eso es lo que hace un profesional». Y asiento, porque tiene razón. Tiene toda la razón del mundo.