Con el pelo largo, te creen incapaz.
Dudan de tu gente, ay, ¿qué más da?
Zeus – «Hermano»
Ningún friki se emociona tanto con el cañonazo de las nueve como el que asiste, los últimos viernes del mes, al anfiteatro de la Habana Vieja. En ese instante, comienza el griterío de los que aguardan por la primera canción. Quienes no logran entrar porque el sitio está abarrotado, se quedan en los extramuros para escuchar y cantar desde lejos, a riesgo de que un policía les pida el carnet de identidad o los «invite» a acompañarlo. Lo que rara vez ocurre es ver a alguien marcharse antes del final, porque un concierto de Venus es, para los rockers del 86, como el Domingo de Pascua para los fieles católicos.
Con la descarga de seis cuerdas inicia el ritual nocturno. El ambiente suena a heavy, guitarra rápida, batería intensa. Cinco mil almas esperan porque el flaco de la camiseta comience a disparar, vía micrófono, las canciones que todos conocen: speed metal con letras propias y siempre en español. El frontman de Venus se acerca a la audiencia y comienza el asalto sonoro. «Mensaje», «Amenaza nuclear» y «Del metal más duro» pasan como una ráfaga entre el público que corea. Con una energía infinita, el cantante desgasta el escenario; lo mismo se tumba en el suelo que lanza la ropa al aire.
Su nombre es Dionisio Arce, y todos le dicen Diony. Mientras observa al gentío, seducido por el éxtasis rockero, sospecha que sus cuerdas vocales están haciendo historia. No se equivoca.
—Pero cuando el grupo empezó a crecer, nos hicieron la vida imposible —dirá treinta y tres años más tarde, desde su oficina de director en la Agencia Cubana de Rock—. Venus se había convertido en un fenómeno y arrastraba tanto público como un artista de salsa o guaracha. Eso molestaba a los de arriba, porque para ellos, el rockero era la lacra, el antisocial, el delincuente, el homosexual… Estabas coqueteando con la música del enemigo, y a ningún dirigente le importaba cambiar la mentalidad. Si hablabas de rock and roll, la cagaste, hermano, la cagaste…
El nacimiento de Venus
Los años ochenta fueron tiempos de incomprensión y censura hacia el rock y el metal. Un sí, pero no, un «te mastico y no te trago». Desde la década anterior, combos de rock clásico como Almas Vertiginosas y Dimensión Vertical animaban las fiestas semi-clandestinas de La Habana con sus versiones de los hits internacionales, pero una vez que la imitación se tradujo en estancamiento y el éxodo del Mariel dejó la zona escasa de intérpretes, surgió en los jóvenes rockeros la necesidad de llenar un vacío. Cuando el heavy metal llegó a Cuba y Venus comenzó a ensayar (1982), sus integrantes tenían claro hacia dónde dirigir su música: algo diferente y original, con una identidad propia.
Roberto Skippy Armada, el bajista y fundador del piquete, tenía un amigo que escribía algunos textos y ansiaba ver bandas de rock defendiendo sus creaciones. Así fue como Humberto Manduley —hoy historiador del género— se convirtió en el letrista del piquete. En sus primeros compases, pasaron por las filas un par de vocalistas que nunca terminaron de cuajar, y no fue hasta la llegada de Diony, a quien Skippy conocía del barrio, que Venus armó su núcleo.
El primer paso para la banda fue conseguir la aceptación en las casas de cultura de La Habana, para así poder presentarse con cierta regularidad ante el público. Una vez que la ubicada en Carlos III y Castillejo le abrió las puertas al rock, quedaba lo más difícil: conquistar a una audiencia escéptica y acostumbrada a las versiones en inglés.
Por fortuna para el grupo, la situación mejoró en par de años. Diony portaba en las venas el mundo del espectáculo gracias a su madre artista, Velia María, y devino showman del rock and roll. Comenzó a vestir camiseta y pantalón apretado a rayas, perfeccionó su técnica vocal y aunque cantara frente a cincuenta personas, imaginaba un auditorio con tres mil.
Los rockeros de la nueva generación comenzaron a identificarse con esta música, más rápida y pesada que el hard rock, y la banda se presentó en Centro Habana, Marianao, Arroyo Naranjo y Alamar, hasta cubrir casi todos los rincones de la ciudad.
—Éramos muy excéntricos y arrastrábamos un público joven que nos seguía a todas partes —recuerda, mientras enciende un cigarrillo—. Pero defendíamos un repertorio original y eso se convirtió en una molestia para los grupos de covers, sobre todo Gens. Ellos eran una banda dócil y tolerada por el gobierno, con sus «cancioncitas» de Los Beatles, y Venus representaba a los jóvenes rebeldes e incomprendidos, los de la calle. Salimos de la nada y empezamos a desplazar a varios grupos. Con el tiempo, surgieron tensiones entre ellos y nosotros, y tuvieron que asumir el repertorio propio para seguir. A pesar de eso, muchos nunca han reconocido nuestro papel en el desarrollo del rock nacional.
Pese al ambiente caldeado, la entrada del promotor independiente Luis Kohly, en mayo del ’86, no hizo más que mejorar el panorama. «El Plátano», como es conocido en el underground habanero, asumió la producción del conjunto y ayudó a gestionar los recitales en sitios con mayor concurrencia, entre ellos, el anfiteatro de la Avenida del Puerto.
Lo que comenzó como una modesta peña de 400 rockeros, logró reunir a cinco mil en apenas seis conciertos, prácticamente sin apoyo de los medios de difusión masiva. La audiencia rockera cantaba cada tema como si a diario se pasara en la radio, a la par que los agentes de policía, en la cercana estación de Cuba y Chacón, se preguntaban de dónde había salido aquel batallón de peludos.
El día en que mataron
—El problema con la música rock y los tabúes que hay a su alrededor, se puede solucionar cambiando dirigentes, poniendo genta capacitada, que esté informada sobre el género…. gente arriesgada, también, porque hay muchos que, por no arriesgarse, no hacen las cosas —explica un Diony de 22 años, con pelo al estilo Beatle, arete en el lóbulo izquierdo y camiseta negra, en una filmación de 1987 para un documental sobre rock: Ojo de Agua.
En aquel tiempo, la realidad de Venus había cambiado de forma drástica y su popularidad los llevaba no al Olimpo, sino al Tártaro. En una fecha de mediados de década que el cantante no consigue precisar, se habían inaugurado los roces capitales entre el público y la policía. Para entonces, un supuesto error en la planificación hizo coincidir a Venus con la Orquesta Revé en un escenario de Guanabacoa, y el abucheo mutuo entre frikis y guapos pasó a un problema mayor en instantes. La peña del anfiteatro también trajo sus conflictos e indisciplinas del público, pero Diony recuerda sobre todo un incidente en San José de Las Lajas: en medio de la presentación, alguien de la audiencia lanzó al aire unos folletos con mensajes sospechosos, y allí mismo terminó todo.
—La policía entró y nos mandaron a bajar del escenario. Aunque la culpa no fue nuestra, cargamos con ella y estuvimos cuatro días detenidos en la cárcel de Villa Marista, por fomentar propaganda subversiva. «Cristo te ama» decía el papel… propaganda subversiva… de pinga…
El día que fueron liberados, Diony supo que el destino de Venus estaba en la cuerda floja. A su estancia entre las rejas siguió la persecución: ya no se trataba del «córtense el pelo» y el «vístanse como gente normal»; ni de las visitas de la UJC con encuestas para evaluar su estado político-ideológico. Según crecía su legión de fanáticos y poder de convocatoria, la imagen de la banda se deterioraba a los ojos de las instancias políticas. Para fines del ’86, Diony y Skippy escucharon que filmaciones de sus conciertos comenzaron a mostrarse en las escuelas como un antro del que los jóvenes debían apartarse: pelos largos, música estridente, bailes inusuales y pantalones apretados, seguían siendo síntomas de diversionismo ideológico y desafección política.
La siguiente medida, directa al pecho, no tomó por sorpresa a nadie: suspensión indefinida de los shows en el anfiteatro. «Ahora sí», pensó, «nos están tirando a matar». Meses después, en un encuentro con las autoridades culturales y agentes de la Seguridad del Estado, les orientaron que podían seguir como grupo hasta nuevo aviso: solos pueden hacer lo que les dé la gana, pero juntos no van a tocar más.
—A finales del ’87 o principios del ’88, fuimos expulsados del local de ensayos por la dirección de la casa de la cultura de Carlos III y Castillejo. Cuando preguntamos por qué, la respuesta fue la misma cantaleta de siempre: éramos elementos nocivos y convocábamos a jóvenes con actitudes negativas hacia el proceso revolucionario. No querían que hiciéramos esa música y no había forma de defenderse. Ahí terminó todo… Por eso siempre digo que a Venus la desintegraron. Aunque había problemas, nosotros queríamos seguir.
A dos años de aquel final, el escritor y cineasta Eduardo del Llano relató en las páginas de la revista El Caimán Barbudo: «A Venus empieza a mirársele con desconfianza por determinadas actitudes de una fracción de su público, por vestirse “extravagantemente”, por su desmedida fama. (…) Se les consideró eje de los problemas que a veces creaban sus devotos y otros que imaginaban ciertos individuos. No se les apoyaba, pero se les exigía por cualquier cosa que no saliera bien».
—Nunca pudimos grabar un disco, ni se publicó un anuncio en los medios, pero no había un solo rockero en La Habana que fuera ajeno a la banda —dice Diony convencido—. Gústele a quien le guste y pésele a quien le pese, Venus marcó un antes y un después para el rock en Cuba. Casi todo el que vino luego tuvo alguna influencia nuestra, e incluso las bandas de versiones, que tanto nos criticaron una vez, empezaron a componer porque el público así lo pedía. La era de los covers había terminado y ya no había forma de que pudieran bloquear el desarrollo del rock nacional.
Contando cicatrices
Aunque el grupo Sentencia nunca tocó en La Habana, muchos frikis lo recuerdan del Ciudad Metal de 1990. Por uno de esos giros impredecibles de la política cultural —quizás influido por la debacle socialista en Europa y la necesidad de una apertura ideológica— Santa Clara acogería desde ese año el evento más grande de rock en Cuba, y Diony no perdió el chance para mostrar que seguía en plena forma.
En junio, el cantante y su piquete reventaron el teatro Liberación, de Villa Clara, con una propuesta de heavy y power metal, siempre con canciones propias. Junto a los anfitriones de Alto Mando y los habaneros de Estirpe, Zeus y Gens, Sentencia completó uno de los eventos más memorables del rock cubano a inicios de década, pero los desacuerdos entre sus miembros culminaron en una temprana ruptura.
Aquella separación llevó a Diony a probar suerte en Zeus, uno de los conjuntos acogidos por el nuevo «orfanato» del rock en La Habana: la casa comunal de cultura de 37 y Paseo, que los frikis habían bautizado como Patio de María en honor a su benefactora: María Gattorno.
Sin embargo, la permanencia del vocalista fue tan breve como la vida de Sentencia, pues su carácter fuerte y ansias de protagonismo lo apartaron en apenas unos meses. Para inicios del ’91, rearmó la vieja escuadra por un tiempo, pero su voz dejó de escucharse en los próximos seis años. Desde una celda en prisión por una causa que hoy prefiere mantener en silencio, se cuestionó si valía la pena seguir en el mundo del rock tras perderlo todo de nuevo, y sintió que aquel era el fin de cuanto había querido en su vida.
En diciembre del ’96, respiró otra vez los aires de la libertad y se reencontró con sus antiguos colegas de Zeus. Al abril siguiente, cantó invitado por la banda, y entendió que el escenario, como el sacerdocio, es un llamado imposible de ignorar. Hoy, cuando canta «Tensión», es imposible no evocar aquellos momentos de duda y descubrimiento:
A veces creo que no siento,
a veces siento que no creo nada.
La fe se me acaba,
esperando un futuro mejor.
Aunque traten de engañarme,
mi voz vive en mi interior.
Desde el silencio, algo violento,
desatándose con descontrol.
Hoyyyy reclamo mi vida.
Noooo escondo mi herida.
Lucho por mi sueño libreeee.
¡Tensióooon!
El regreso de Diony
Cuando Diony retornó a Zeus, en septiembre del ’97, los tiempos habían cambiado para el rock cubano. El público, inclinado hacia la vertiente metalera, buscaba un sonido más rápido y agresivo del que el frontman estaba acostumbrado. Fue en ese momento cuando dio rienda suelta a un estilo áspero y grave, cercano al thrash metal, y el nuevo sello quedó estampado en canciones como «Fuera de mi propiedad» y «Violento metrobús».
Para fines de los noventa, la banda se hallaba en el tope del metal habanero y sus conciertos cautivaron el interés de unos productores españoles de la SGAE (Sociedad General de Autores y Editores), interesados en la música underground de Cuba. De ese contacto nació el primer disco, Hijos de San Lázaro (2000) y dos giras musicales por España.
Precisamente allá estaba Diony, en octubre de 2003, cuando el Patio de María fue clausurado por una orden gubernamental y los frikis de La Habana perdieron su espacio de nuevo. Las dudas de qué estaba pasando en Cuba y la impotencia de estar ausente se apoderaron del cantante hasta pisar el suelo patrio, en abril del año siguiente. Pero ya era tarde, o quizás lo fue desde un inicio. Las cartas, reuniones y demandas no impidieron dar marcha atrás a una decisión cuya herida nunca ha sanado del todo. Cuando Dionisio preguntó a un alto funcionario el porqué de aquella decisión, escuchó por respuesta: «Yo no te puedo dar detalles, pero eso viene “de arriba”. Olvídate del Patio, Dionisio…».
—Me cortaron las alas, me dejaron sin vista, me quitaron la vida, pisotearon mi fe, todo por cuanto había luchado… Tanto tiempo ensayando, preparando el escenario, tanto tiempo luchando… —golpea la mesa y replica como quien acusa a un ente invisible—: Me dejaste sin nada. Me partiste la existencia, el corazón… todo a cuanto dediqué la vida me lo tiraste a mierda. Me cerraste… Y nunca me diste una explicación.
Cuatro años más tarde, en julio de 2007, el Ministerio de Cultura aprobó la creación de la Agencia Cubana de Rock, y Zeus pasó a encabezar el catálogo de los grupos profesionales. La sala Maxim, un viejo cine de barrio del municipio Plaza de la Revolución, se convirtió en el Maxim Rock al ser transformado en una sala de conciertos.
—La creación de la Agencia fue un hecho importante porque ofreció a los grupos la posibilidad de trabajar y de tener un espacio para realizar espectáculos, apoyó en la gestión de las grabaciones con discográficas cubanas y contribuyó a incrementar la presencia de las bandas en los medios —opina Diony, quien en 2019 fue nombrado su director.
»Pero la Agencia no ha cumplido su propósito, ni ha hecho todo lo que podría por el rock cubano, porque no tiene con qué apoyar a las agrupaciones, ni la autonomía para decidir; porque no existe una verdadera proyección internacional sin el adecuado acceso a Internet y sin conocer las nuevas herramientas, y porque no se puede mantener vivo un movimiento desde un único espacio físico. Siguen existiendo los mismos prejuicios de siempre hacia los rockeros, y muchas veces, cuando intentamos promocionar un artista nuestro hacia otros escenarios, te dicen que la cartelera está llena, que no es música rentable o no quieren buscarse un lío. Te aceptan cualquier cosa, menos rock.
»Por eso cuando el Maxim cerró tres años por reparaciones (2015-2018), el rock en La Habana tocó fondo, volvimos al principio, involucionamos: los grupos no tenían donde tocar su música y tomó fuerza de nuevo la tendencia de los covers, porque las bandas tenían que hacer música rentable para ganarse la vida en los centros nocturnos. Y ahí se han quedado, acomodados: unos en el Submarino Amarillo, otros en Fábrica de Arte… Surgen nuevas bandas, y muchas se inclinan por ese camino. Cada día se hacen más versiones y menos canciones originales, y eso está matando al rock and roll… —se detiene a fumar un instante y continúa en tono grave—:
»Yo no concibo un músico, un buen músico, sin una obra que respalde su trayectoria, ni un movimiento de rock cubano sin que exista la creación. Esos grupos que tocan versiones no tienen identidad… —aspira del cigarro moribundo—. Y sin identidad —lo estruja en el cenicero—, no existe el rock nacional».
Camagüey nos va a extrañar
El año de su aniversario 25, los músicos de Zeus comprendieron que la era friki había terminado en Cuba. Cuando abordaron el avión rumbo a Guantánamo —el primer destino de su primera gira nacional (2013)— Diony auguraba el éxito y le embriagaba la idea de cantar ante un público friki que había esperado media vida para ver a su banda en vivo.
Nada, ni siquiera un apagón imprevisto, iba a detener aquel concierto en oriente. Un empate de cables eléctricos y el entusiasmo de un grupo de rockeros locales, bastaron para que el concierto terminara felizmente. En Santa Clara, una de las plazas del género en Cuba, Zeus vivió su segunda noche triunfal, pero en Ciego de Ávila, el tercer destino, Diony tendría un dejà vu de sus años de carrera en Venus.
—No, no, yo me niego a tocar ahí —protestó cuando vio que el escenario donde Zeus debía presentarse, lo ocupaban una orquesta de timba y unos cantantes de reggaetón. Los teloneros del show, al parecer, no habían podido presentarse esa noche, y algún sesudo con autoridad pensó que el reggaetón y el metal hacían una mezcla tan buena como el chícharo y el café.
Como consecuencia, el público que esperaba a Zeus pasó de un puñado de melenudos con botas a una comparsa de chancletas y caderas.
—Aquí lo único que vamos a conseguir son problemas —le espetó a la productora de la gira—. Desde el primer acorde esa gente nos va a caer a botellazos. Esto no es un ambiente para nosotros.
—Mira… ustedes vayan y toquen… y lo más mínimo, agarras a tus músicos y…
—No, no, no, yo no me arriesgo a eso —replicó el cantante, y ante la insistencia, aseveró—: Esta posición no la entiendo, y como artistas que somos, nos reservamos el derecho de tocar —«Al menos», pensó, «Camagüey nos espera».
Pero aquella ciudad tampoco los aguardaba. Un escenario vacío y una audiencia fantasmal hicieron al grupo debatirse entre la pregunta de qué cosa era aquello y las quejas de «¡qué falta de respeto, asere!» y «¡qué clase de mierda, compadre!». Desde el Centro Provincial de la Música, les informaron que el camión con el equipamiento llegaría un poco tarde, y luego, que parte del equipo de audio estaba estropeado y no iba a funcionar.
—Ya no hay nada más que hacer —lamentó Diony—. De aquí, nos vamos pa’ La Habana… Se acabó… —subió junto a los otros a la guagua y se refugió en el reflejo de la ventanilla.
Mientras el chofer encendía el motor, pensó que los tiempos para el rock habían cambiado, pero los problemas seguían iguales: «A nadie le importa nada», concluyó. Miró a sus compañeros, que no paraban de hablar sobre el fiasco, y entendió que quizás el problema era no aceptar que los rockeros cada vez eran menos—. Camagüey nos va extrañar… —dijo por fin en voz baja, y repitió—: nos va a extrañar.
Diony se confiesa
De tantas cosas que le han pasado en la vida, Dionisio considera entre las más curiosas su otorgamiento, en 2002, de la Distinción por la Cultura Nacional. Se celebraban entonces los dieciséis años de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y el frontman, criticado una vez por su música nociva y diversionista, terminaba portando una medalla por sus valiosos aportes al patrimonio artístico del país.
—Nunca en la vida esperé que me darían ese reconocimiento… como nunca esperé tampoco los que vinieron luego: la medalla Raúl Gómez García, las del XX y el XXV Aniversario de la AHS, la distinción Gitana Tropical, la condición de Miembro de Honor de la Asociación… Es decir, tengo alrededor de seis o siete condecoraciones a nivel de gobierno…. —hace una pausa y cambia a un tono jovial—: No entendí nada —sonríe—. Después de que me dieron tantos golpes, me regalaron un poco de lata, ¿no…? Yo creo que, si la intención era rectificar, se pudo y se puede hacer más que un tributo a John Lennon y una Agencia de Rock. Hoy mismo siguen existiendo miles de trabas, prejuicios, burocratismo…
»Si me preguntas por qué el movimiento de rock cubano no ha llegado más lejos, tengo varias respuestas —anuncia y comienza a numerar con los dedos—: una de ellas es que nunca, ni siquiera ahora, existió una unidad real entre los rockeros, lo mismo por cuestiones materiales, que por la competencia y la forma de pensar. Esa idea del “quítate tú para ponerme yo”, fue una constante para muchos grupos. Pero un palo no hace monte, y al final la vida nos ha enseñado que la escena es de todos, y solo unidos podemos asumir los problemas e intentar resolverlos.
»Es un hecho también que faltó conciencia y falta todavía hoy: muchos músicos mantienen la mentalidad de pedir las cosas, en lugar de exigirlas. Tú eres un artista, y como mismo tienes una trayectoria, posees el derecho de exigir a tu empresa. Lo que pasa es que, como durante mucho tiempo ese derecho no existió, se olvida. Los seguidores del rock también tienen determinadas preferencias y consideran a algunas bandas y géneros como auténticos y a otras, no. Es decir, dentro del movimiento, hay quienes discriminan. También sucede que antes había más ganas: en los noventa se hacían conciertos en cualquier municipio, los grupos se movían por todas partes y muchas puertas estaban abiertas. Está claro que también es un problema generacional, pero si nos siguen manteniendo en sitios específicos y no nos dan la oportunidad de crecer… —se encoge de hombros—, ¡imagínate tú!
»Por último, me parece que el mayor obstáculo, ha sido y sigue siendo hasta hoy la ideología, porque hasta que quienes dirigen los organismos y las instituciones asuman que nosotros no tenemos nada que ver con el enemigo… o con el sistema político cubano… hasta que no entiendan que los rockeros no somos un problema social, que tener el pelo largo y vestirte de una manera no determina quién eres, seguirán poniendo trabas. Lo primero es cambiar esto —se palpa la sien con el índice—, y a partir de ahí, ver qué pasa.
»El rock cubano tiene mucho por andar todavía, pero si no se superan estas crisis, seguirá decreciendo hasta desaparecer. Y cuando eso ocurra, solo quedarán en la memoria las bandas que tengan una obra propia. El resto habrá pasado por la historia sin que nadie recuerde su nombre. Yo prefiero pensar que el trabajo de Zeus no ha sido en vano, que vamos a trascender».
Vuela y no mires atrás
Vestido con suéter negro, pantalón elastizado y unas botas de brillo impecable, Dionisio Arce aguarda en la oscuridad porque los utileros terminen de montar la batería. Es noche de sábado, y puede intuirse, porque el Maxim Rock está lleno, que quien cierra el show es Zeus. Si bien es cierto que el público rockero ha mermado en los últimos años, algunas agrupaciones conservan su número de seguidores, al menos, en la capital. Diony sabe que la suya es una de ellas, y conoce el libreto a la perfección.
Su repertorio es casi invariable: a las canciones iniciales y el disco grabado en los 2000, le suma unos cuantos temas del último álbum, La verdad prohibida (2014). Catorce años separaron ambos lanzamientos; no por falta de material, según Diony, sino por desinterés de las disqueras estatales. Luego de muchas exigencias, reuniones con directivos de Cultura y hasta congresos de la AHS, el sello estatal Colibrí asumió la producción y Zeus entró al estudio a grabar. El CD —descartadas dos canciones por censuras de producción— obtuvo el premio Cubadisco al año siguiente en la categoría de rock/metal, pero nunca se editó en físico. La causa: no había materiales para hacerlo.
De vez en cuando, Diony fantasea con grabar un disco de Zeus de puras baladas de rock. Mientras espera porque el sueño se cumpla, sigue cantándole al orgullo rockero y las viejas cicatrices, a la censura y la hipocresía, al dinero y la corrupción; siempre desde el heavy metal. El rock nació para ser rebelde y contestatario, asegura, pero reconoce que los límites existen: «Tú puedes criticar hasta cierto punto lo que está mal hecho, pero no te puedes pasar, ¿entiendes?».
Después de todo, ese lugar donde retumban los platillos del Longa y las guitarras de Hansel e Iván, donde el cantante trabaja no solo como músico, sino como funcionario cultural, pertenece a una institución del Estado. Aun así, cuando la chispa se enciende en la sala y el público grita y aplaude, el Diony de 54 años y pelo por los hombros, no escatima en demostrar su vieja estirpe de friki.
—No me critiques más —canta—, no me dejas pensar. Solo anhelo vivir, sin verte junto a mí. Tu alma me apresará. Tú sangre me ahogará. Tu aliento llegará, dañando mi bondad. ¡FUERA! —grita— ¡DE MI PROPIEDAD! —responde la audiencia a coro—. ¡FUERA! ¡NO JODAS MÁS!
Diony abandona el suéter y muestra el torso desnudo antes de volver a cantar. Sus brazos están cubiertos de tatuajes, algunos de ellos con motivos tribales. En el antebrazo izquierdo figura su apodo junto las palabras sangre, dolor y lágrimas, y cuando da la espalda al público muestra un par de alas grabadas. Siempre que termina un tema, pregunta a sus fanáticos qué otros quieren escuchar, y los gritos de «¡Hermano!», «¡La silla!», «¡Libérame!» y «¡Confiesa!» inundan el auditorio. De vez en cuando, entre las peticiones, alguien gruñe, en tono de ebriedad, DIONISIO, TE AMOOOO. Sonríe y lanza un beso al público.
Abajo, junto al estrado, conviven rockeros de todas las edades: desde adolescentes con pullovers de Slipknot y una chica gótica coreando «La ilusión», hasta dinosaurios de cinco o seis décadas, que de seguro vivieron los inicios del heavy metal cubano.
Quizás, entre la multitud, haya alguien que conoció a Diony de adolescente, escuchando rock por la radio anglosajona en un puente del malecón. Puede ser, incluso, que lo haya visto lanzarse al agua, junto a otros frikis, al ver que se acercaba un patrullero o un oficial de policía.
Y si alguno le preguntaba «¿ustedes qué hacen ahí?», la respuesta era una obviedad:
—Refrescando un poco, agente, que hace un calor de madre.
Enero de 2020
Una versión reducida de este texto fue publicada originalmente en 2020, en Opía Magazine. Dicha versión no se encuentra ya disponible por un problema del servidor, pero la revista AM:PM tuvo la amabilidad de rescatarla.