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Gorki aporrea su guitarra mientras el público estupefacto lo lacera con la mirada, no pueden creer lo que acaba de vociferar aquel pequeño engendro desgreñado. Oropesa se da vuelta para observarlo por encima de sus gafas al mismo tiempo que gruñe una palabrota entre dientes. ¿Qué coño le pasa a ese? —aúlla Mundy a su espalda.
“Marlen y Tatiana son dos chicas sanas” —recibe como respuesta desde el escenario y los valientes ubicados en las primeras filas comienzan a romper la inercia, moviéndose poco a poco al ritmo de la música. No puedo creer que le haya dicho maricones a todo el mundo, escucha Tatiana, pero los comentarios que brotan a su lado no logran que pierda la concentración. Sí, allí está Marlen, con aquel pantalón engomado que ella misma le regaló en su cumpleaños. Sí, allí está, al lado de esos estúpidos roqueros que tan mal le caen.
¿Dónde están los palestinos aquí?, grita Gorki en medio de la canción y un “tu madre” gritando al unísono le llega desde el público. “¡Todos los palestinos son maricones!” —riposta el pequeño diablo y le da la espalda al auditorio sin dejar de rasgar la guitarra, como si la segunda mentada de madre, elevada al cuadrado, no hiriera su moral. Qué suerte, no está con el novio ese, pero coño, está con esos mierdas que la instrumentaron para alejarla de mi lado —piensa Tatiana mientras se acerca a Marlen apartando la gente.
“Marlen y Tatiana son dos chicas sanas, nunca se te tiran en una parada”, canta Gorki, y todos se fijan por primera vez en un letrero pintado en la guitarra: “Aquí está mi leche”, reza la frase unida a una pequeña flecha que apunta hacia la pelvis del engendro. Al fin te veo —escucha Marlen a su espalda y el conocido timbre de esa voz troca su etílica euforia en un despertar de espanto: fueron cinco años de concubinato, de pasión a la vista de todos. Tú de nuevo —dijo al volverse y advirtió que los decibeles del audio no habían dejado que sus palabras llegaran al oído de Tatiana. ¿Qué coño tú quieres? —le grita, y sobre el escenario, un enjambre de paranoicos toma por asalto el pequeño espacio entre el borde de la tarima y las referencias—. Esta es la última vez que voy a hablar contigo —le dice Tatiana con el rostro casi pegado al suyo—. A lo mejor el haber conocido a ese hombre te ha hecho despertar la curiosidad por probar algo nuevo. ¿Te acostaste con él? No importa, eso te lo puedo perdonar; lo que sí no puedo perdonar es que ahora te quieras casar con él.
Gorki empuja con el pie a uno de los fanáticos que, en posición sodomítica, esperaba que su ídolo lo empujara hacia la masa de gente que hervía. Ciro deja de tocar el bajo, se afloja los shorts y los deja caer para luego simular una penetración en el trasero de otro fanático. ¿Qué coño le hallas ahora a la pinga? —prosigue Tatiana, a pesar del gesto de desdén de Marlen—. ¿Acaso no gemías de placer conmigo? ¿Acaso el “te quiero” que tanto repetías era mentira? ¡Todos los holguineros son maricones! —vocifera Gorki desde el escenario. Antes me gustabas pero ahora me das asco —responde Marlen enfatizando la última palabra con una mueca de repugnancia. “¡Maricón eres tú!” —le responde Gorki desde el público, seguido de una lluvia de pomos. ¡Esto no se va a quedar así! ¡A Tatiana la Caimana nadie la deja así como así! —vocifera, clavando sus uñas en los hombros de Marlen. “¡Y los que tiraron los pomos son más maricones todavía!”, vuelve a gritar Gorki, sin dejar de azotar su guitarra. ¡Jamás voy a revolcarme de nuevo con una tortillera como tú! —le grita Marlen en la cara—. Voy a morir con un hombre; tú me engatusaste cuando era una adolescente, me hiciste creer que los hombres daban asco. ¡Vete pal carajo y déjame en paz!
Gorki cambia con rapidez su guitarra Lead Star por una Ural rusa y los acordes de una nueva canción comienzan a escucharse por los enormes bafles del audio. Marlen recibe una bofetada que casi la hace caer de lado, pero Oropesa la sostiene. ¡Pero qué coño! —masculla Mundy con rabia, y atrapa el delgado cuello de Tatiana con sus zarpas a la vez que su puño se eleva. ¡Déjala! —grita Marlen y Mundy suelta su presa de mala gana. Los mirones que habían hecho un círculo alrededor de la zona del conflicto comienzan a circular, al ver que no ocurre nada más; mientras, Marlen se lleva a su agresora hacia un lado del escenario. “Dejo de pajearme y salgo a la calle en busca de barrigas” —canta Ciro, mientras Gorki vocifera un: “¡A singar cojones!”, que enardece la sangre del auditorio que ya le ha cogido la vuelta a este engendro de cantante y su grupo de locos. Perdóname, perdóname por favor —dice Tatiana con los ojos enrojecidos—. Es que no puedo resignarme a perderte; yo te quiero mucho ¿sabes? Te quiero tanto que envejecería a tu lado.
“Porno para Ricardo, Porno para Ricardo”, canta Gorki a dúo con Ciro, al mismo tiempo que rasga una revista Hustler y arroja sus páginas colmadas de vulvas dilatadas y falos húmedos hacia el público enardecido. Yo lo siento mucho, Tati, pero comprendí, gracias a Alfonso, que yo iba por el camino equivocado. Gorki deja la guitarra rusa en el suelo y toma otra revista, Playmate esta vez, y se acerca al público, mientras los demás integrantes del grupo tocan sin parar. Pasé unos momentos nada malos contigo —prosigue Marlen—, pero ahora sé que no son las mujeres las que me gustan; ahora solo quiero a mi Alfonso, quiero llenarme solo de él y no quiero volver atrás, Tati, no quiero volver a ser lo que era. Imágenes de falos erectos, litros de semen y coitos de todo tipo vuelan por toda la estancia y los policías comienzan a moverse nerviosamente. Las páginas caen en un océano de sudor, melenas y ropas negras mientras el pequeño diablo las arroja sin parar. Está bien, no te voy a molestar más, Marlen; te juro por mi madre que nunca más me vas a volver a ver. ¡No digas eso! —grita Marlen, tomando el rostro de Tatiana entre sus manos—. No digas eso, podemos ser amigas, como al principio: ¿te acuerdas? Antes que me llevaras a tu casa por primera vez.
Gorki despliega un enorme póster y la ardiente voluptuosidad de Pamela Anderson recorre la vista de todos. “Porno para Ricardo”, aúlla el audio y varias manos se extienden hacia el pequeño engendro que se pasea por todo el escenario con su última limosna a ofrecer. Un policía mira la escena con ojos desorbitados y garabatea sin parar en una pequeña libreta. Otros agentes del orden se remueven inquietos y miran hacia su jefe, esperando una orden.
Como tú quieras —responde Tatiana y extrae del bolsillo trasero de su jean una pequeña caneca de Havana Club—. ¿Te acuerdas? La misma caneca de la que tomamos por primera vez y de la que vamos a tomar en esta despedida. Me voy a ir muy lejos, donde nada me haga recordarte. Marlen toma la caneca, mira llorosa a su ex amante y se da un buche profundo que le hace cerrar los ojos, mientras una bola de fuego recorre su garganta. Adiós —susurra Tatiana, arrebatándole la caneca, y se pierde entre la multitud sudorosa, dejando a Marlen desconcertada.
El pequeño engendro blande la guitarra rusa, la levanta para que el público la vea bien. “¡Rompemos esta mierda!”, aúlla y una imponente afirmación se eleva como un trueno. “¡La rompemos!”, vuelve a aullar, y la policía comienza a acercarse al escenario. “¡Rompemos esta guitarra de mierda!”, aúlla nuevamente con un brillo maligno en sus pequeños ojos. Marlen no se quiere perder eso y se introduce a empujones en el tumulto. Un ligero mareo le hace tambalear y en su estómago comienza a crecer el dolor. Ya se halla en primera fila y la figura de Gorki comienza a tornarse borrosa, a pesar de la proximidad.
La guitarra, todavía conectada, choca contra el suelo del escenario y un horrible estruendo se escucha por los bafles del audio. La guitarra choca contra el suelo y Tatiana, ya en la calle, arroja la caneca por una alcantarilla. La guitarra choca contra el suelo y Marlen siente un escalofrío que recorre todo su cuerpo, a la vez que un buche de sangre sube por su garganta. La guitarra choca contra el suelo y fragmentos del brazo, las clavijas y las unidades salen volando hacia todas partes. La guitarra choca contra el suelo y Gorki le da un formidable puntapié, arrojando la caja hacia las primeras filas del auditorio.
El pedazo de madera golpea el rostro de Marlen y ella cae de espaldas, vomitando sangre. La policía sube al escenario y atrapan con fuerza al pequeño demonio. El público brama. Algunos lanzan improperios a los agentes del orden, otros se arremolinan alrededor del cuerpo de Marlen. “Estás detenido por agresión y alteración del orden público”, le dicen en el oído al detenido. ¡Está muerta!, grita alguien desde el tumulto y los policías miran a su presa con odio. “Homicidio”, le susurran en la cara a Gorki. Y, mientras es arrastrado fuera del escenario, logra ver por un instante el cuerpo inerte de Marlen, que es levantado como el ataúd de un mártir.
(Este cuento pertenece al libro Morir con las botas puestas, que puedes descargar en nuestra sección de Libros de rock y metal cubano)
